jueves, 18 de agosto de 2016

CUENTO ESPACIAL

LA LEYENDA DE DRALIÓN. Escritora mexicana de cuentos y poesías infantiles.

Nada es eterno, sólo el tiempo... aunque... a veces, sólo a veces, hay actos que lo sobreviven todo y se convierten en leyendas; y ésta es una de esas pocas hazañas que ha vencido la eternidad... la leyenda de Dralión. Más allá, donde se duerme el sol... oculto entre mundos que sólo podemos imaginar, nació hace mucho, muchísimo tiempo, un dragón colosal, de duras escamas doradas y ojos tan azules como el cielo más azul que puedas recordar, su voz era profunda y dulce, apacible y capaz de calmar las tormentas, ventiscas y el enfurecido oleaje del mar.

Dralión solía pasar días enteros recorriendo las galaxias, admirando la belleza de las estrellas, nombrándolas y hablando con cada una de ellas para saber sus historias... ¿de dónde venían? ¿Cuál era su propósito? ¿Cuáles eran sus sueños? ... ¿qué había en lo más profundo del corazón de una estrella? ... Así, día a día, noche a noche, y de estrella en estrella, el buen Dralión fue convirtiéndose en el guardián de los secretos más profundos y sagrados de todas las estrellas, él sabía muy bien, por qué y para qué y a dónde se dirigían las estrellas, por qué, para qué y por quién habían sido creadas (pero ésa es otra historia) y como guardián, y como dragón, juró protegerlas hasta el fin de los tiempos.

Pero sucedió que un día en su recorrido habitual, el colosal dragón notó que una de las estrellas más hermosas y gigantescas llamado Sol estaba profundamente triste, se quedó en silencio, con la mirada perdida en el horizonte, y de a poco, su luz comenzaba a opacarse, Dralión sabía que algo muy grande e importante estaba ocurriendo, (aunque ... incluso las cosas más pequeñas son enormes en la vida de una estrella) y muy lentamente el dragón comenzó a acercarse, porque, contrario a lo que se pueda pensar, las estrellas pueden ser muy tímidas y reservadas. Al principio el guardián sólo se sentaba en una de ésas rocas flotantes en silencio, después se sentó más cerca... y más cerca... y más cerca mientras el Sol lo miraba con curiosidad, y así pasaban mucho tiempo, en silencio uno al lado del otro... se diría que Dralión escuchaba el silencio del Sol... sí, porque incluso en silencio uno puede decir muchas cosas.

Fue así que el dragón guardián notó que el Sol se iluminaba y su fuego crecía cada vez que se levantaba en el horizonte una gran roca blanca que era el satélite de un planeta llamado Tierra, se llamaba Luna, y ella se sonrojaba tanto que brillaba aún más, pero entonces el Sol se ponía triste, bajaba la mirada y suspiraba... ¡el Sol estaba enamorado de la Luna! - Amigo Sol –decía Dralión– tu corazón suspira por ésa Luna, y deberías ir con ella. - No puedo... - ¿Porqué no? todas las estrellas viajan, todas se unen a otras estrellas... - ¿Ves aquel planeta allá a lo lejos? ¿Aquel que es azul? - ¿Qué hay con él? - En ése lugar hay mucha vida, y toda es hermosa, y frágil, muy frágil, si yo me fuera, ellos no podrían existir, todo ahí me necesita ... y yo los necesito también, los he visto crecer, conozco cada historia, cada criatura grande, pequeña o microscópica, cada hoja y cada flor ... igual que tú conoces todas las estrellas, así como tú nos amas y nos brindas tu protección, así también los quiero yo, y la Luna también es su guardiana, ella conoce todos sus sueños, ella puede calmar todos sus miedos; son criaturas únicas las que habitan ése lugar, los humanos se creen muy fuertes, pero la verdad es que no les gusta estar solos, ni les gusta la oscuridad, son tan felices cuando me acerco y los abrazo y los calmo, y les digo que yo, desde lo alto siempre estoy a su lado ... no podría jamás dejarlos Dralión, son mis protegidos.

Entonces el inmenso dragón se retiró, se fue volando hacia la Tierra y la recorrió toda, admirando su cambiante belleza y mirando cuidadosamente a todas las personas, y entonces lo vio, aquellos seres de comportamiento un tanto excéntrico eran como girasoles, toda su vida y sueños giraban en torno al calor y la luz que les daba el Sol, pero no sólo eso, en sus ojos y en sus sonrisas había ése mismo resplandor que tenían la Luna y el Sol, así Dralión se fue al pico de una altísima montaña y comenzó a entonar un canto : “ por el agua, sobre el cielo y más allá del mar, entre estrellas, sobre el tiempo y sin dudar, que se abran los portales, que se den las señales, un minuto, un suspiro y nada más, una vida y un sueño hecho realidad; por el poder de mi voz, por la fuerza de mi alma, por todos los secretos de los que soy portador, le pido al universo que de tiempo en tiempo la Luna y el Sol puedan vivir su amor”.

Justo después de entonar aquellas palabras ¡algo increíble ocurrió! El medio día se oscureció y La luna apareció majestuosa sobre el cielo cubriendo al Sol con un abrazo que sólo dejaba ver su brillante silueta; así, juntos, como siempre habían querido estarlo, para contarse sus secretos, para besar sus mejillas, para ser uno sobre el cielo de aquel azul planeta que llamaban hogar, el milagroso encuentro sólo podía durar unos cuantos segundos, pero incluso un segundo basta y es más que suficiente cuando se puede convertir un sueño en realidad. Esta es pues la leyenda de Dralión, el dragón que ocasionalmente se convierte en una especie de cupido cuando sucede el asombroso milagro que nosotros, simples humanos de comportamiento un tanto extraño, llamamos “eclipse”... pero ahora ya saben que es lo que realmente significa, así que la próxima vez que sonrían no olviden que llevamos el brillo de nuestros hermosos guardianes, porque estamos hechos de Luna y de Sol.

Y Colorín Colorado

viernes, 24 de junio de 2016

CUENTO ESCONDIDO

EL PULGAR RENCOROSO. Pedro Pablo Sacristán

Había una vez una mano cuyos dedos eran muy amigos. Pero ocurrió que el dueño de la mano empezó a hacer un trabajo peligroso y a pesar del cuidado que ponía el resto de dedos, el pulgar siempre salía malparado con cortes y heridas. Al principio los otros dedos pedían disculpas por su torpeza y el pulgar les perdonaba, pero la situación se repitió tanto que un día el pulgar decidió no perdonarles más, así que se apartó del resto de dedos de la mano.

Al principio el pulgar iba muy digno todo recto y separado, pero aquella posición de los dedos era tan forzada y ridícula, que el dueño tuvo que llevar su mano constantemente oculta en el bolsillo, donde los dedos sufrían con pena el mayor de los olvidos.

Entonces el pulgar comprendió que todo había sido culpa suya, y pidió perdón al resto de dedos, temeroso de que fueran a rechazarle. Pero al contrario, estos le perdonaron sin problemas porque sabían que todos podemos equivocarnos.

Una vez amigos de nuevo, todos los dedos trabajaron juntos por demostrar al dueño que estaban perfectamente, y en poco tiempo consiguieron volver a salir a la luz, sabedores esta vez de que siempre deberían seguir perdonándose para no acabar en un triste y oscuro bolsillo.

Y Colorín Colorado

sábado, 4 de junio de 2016

CUENTO FLORIPONDIO

ROMPENIEVES. Hans Cristian Andersen

Era invierno, el aire frío, el viento cortante, pero en el hogar se estaba caliente y a gusto, y la flor yacía en su casita, encerrada en su bulbo, bajo la tierra y la nieve. Un día llovió, las gotas atravesaron la capa de nieve y penetraron en la tierra, tocaron el bulbo y le hablaron del luminoso mundo de allá arriba; poco después, un rayo de sol taladró a su vez la nieve y fue a llamar a la corteza del bulbo.

-¡Adelante! -dijo la flor. -No puedo -respondió el rayo de sol-. No tengo bastante fuerza para abrir. Hasta el verano no seré fuerte. -¿Cuándo llegará el verano? -preguntó la flor, y fue repitiendo la misma pregunta cada vez que llegaba un nuevo rayo de sol. Pero faltaba aún mucho para el verano. El suelo estaba cubierto de un manto de nieve, y todas las noches se helaba el agua. -¡Cuánto tarda, cuánto tarda! -se lamentaba la flor-. Siento un cosquilleo, no puedo estar quieta, necesito estirarme, abrir, salir afuera, ir a dar los buenos días al verano. ¡Qué tiempo más feliz será!

Y la flor venga agitarse y estirarse contra la delgada envoltura, que el agua reblandecía desde fuera y la nieve y la tierra calentaba, aquella tierra en la que el sol ya había penetrado. Iba encaramándose bajo la nieve, con una yema verde y blanquecina en el extremo del verde tallo, con hojas estrechas y jugosas que parecían querer protegerla. La nieve era fría, pero estaba bañada de luz; por eso era fácil atravesarla, y la flor sintió que el rayo de sol tenía más fuerza que antes. -¡Bienvenida, bienvenida! -cantaban y decían todos los rayos, mientras la flor se elevaba por encima de la nieve, asomando al mundo luminoso. Los rayos la acariciaban y besaban, impulsándola a abrirse del todo, blanca como la nieve y adornada con fajas verdes. Inclinó la cabeza, gozosa y humilde.

-¡Magnífica flor! -cantaban los rayos del sol-. ¡Qué pura y delicada! Eres la primera, la única. ¡Eres nuestro amor! Tú anuncias el verano, el verano espléndido, que llega a los campos y a las ciudades. Toda la nieve se fundirá, y los vientos fríos serán expulsados. Nosotros seremos los reyes. ¡Todo reverdecerá! Y tú tendrás compañeras: lilas, codesos y rosas. Pero tú eres la primera, pura y delicada. Reinaba una gran alegría. Era como si el aire cantase y vibrase, como si los rayos de luz penetrasen en sus hojas y en su tallo. Ella se levantaba fina y ligera, frágil y, no obstante, vigorosa en su joven belleza; vestida de blanco con franjas verdes, cantaba los loores del verano. Y, sin embargo, faltaba aún mucho tiempo; espesas nubes ocultaban el sol, y soplaban vientos acerados.

-¡Viniste demasiado pronto! -decían el viento y el tiempo-. Todavía dominamos nosotros. Sentirás nuestro poder y te someterás a él. Debieras haberte quedado en casita, sin apresurarte a lucir tus galas. ¡No es hora todavía! El frío era cortante. Los días que siguieron no aportaron ni un rayo de sol. Menuda como era la florcilla, corría peligro de helarse; pero tenía fuerzas, más de las que ella misma pensaba. Era fuerte en su alegría y su fe en el verano, que un día u otro tenía que llegar; se lo anunciaba una honda inquietud, y se lo había pronosticado aquel sol primero. Por eso seguía confiada, vestida de blanco en medio de la blanca nieve, doblando la cabeza cuando caían los copos, espesos y pesados, y soplaban sobre ella los gélidos vientos. -¡Te quebrarás! -decían éstos-, ¡te perderás, morirás! ¿Qué viniste a buscar aquí fuera? ¿Por qué cediste a la tentación? El sol se ha burlado de ti. ¡Mal vas a pasarlo, loca de verano!. -¡Loca de verano! -repitió ella bajo el frío de la mañana. -¡Loca de verano! -exclamaron jubilosos unos chiquillos que acudieron al jardín-. ¡Miradla qué bonita, qué hermosa; la primera, la única!

Aquellas palabras hicieron un gran bien a la flor; fueron como cálidos rayos de sol. En su alegría, ni siquiera se dio cuenta de que la cortaban. Quedó en una mano infantil, la besaron unos labios de niña. Llevada a una habitación caliente, la contemplaron unos ojos dulces y fue puesta en agua, un agua reconfortante y vivificadora. La flor creyó que la habían transportado al pleno verano. La hija de la casa, una niña encantadora, tenía un amiguito muy simpático, y que iba ya al colegio. «¡Será mi loca de verano!», dijo la pequeña, y, cogiendo la florcilla, la envolvió en un papel perfumado que tenía escritos unos versos sobre la flor. Empezaban con loca de verano y terminaban con loca de verano; y luego decía: «¡Amigo mío, sé un loco de invierno!». Todo estaba puesto en verso; doblaron el papel en forma de carta, con la flor dentro. La envolvía la oscuridad, una oscuridad semejante a la del interior del bulbo. La flor se fue de viaje, en un saco postal, comprimida y apretada. No era agradable, pero todo tiene su fin.

Efectuado el viaje, la carta fue abierta y leída por el amigo, cuya alegría fue tal, que besó la flor y la depositó luego, junto con el papel, en un cajón que contenía otras varias cartas muy hermosas, aunque sin flores. Ella era la primera, la única, como la habían llamado los rayos del sol; y era un placer recordarlo. Tuvo mucho tiempo para entregarse a aquel recuerdo, mientras pasaba el verano y después el largo invierno. Al llegar el nuevo verano fue sacada a la luz. Pero el humor del muchacho había cambiado: cogió las cartas con rudeza y tiró los versos, con lo que la flor se vino al suelo. Cierto que estaba aplastada y marchita, pero esto no era motivo para que la trataran así. Pero mejor era aquello que ir a parar al fuego, como les sucedió a los versos y a las cartas. ¿Qué había ocurrido? Lo de siempre. La flor se había burlado de él, era una broma; y la muchacha se había burlado de él, pero eso no era una broma. Al llegar el verano había elegido a otro amigo.

Por la mañana el sol brilló sobre la campanilla comprimida, que parecía pintada en el suelo. La criada la recogió al barrer y la puso en uno de los libros de encima de la mesa, creyendo que se habría caído al cambiarlos de sitio. Y otra vez se encontró la flor entre versos impresos, más distinguidos todavía que los manuscritos; por lo menos se pagan más. Pasaron años, y el libro siguió en su anaquel. Un día lo sacaron, abrieron y leyeron. Era un buen libro: poemas y canciones del poeta danés Ambrosio Stub, muy digno de ser conocido. Y el hombre que lo leía, al volver una página dijo: -¡Toma, aquí hay una flor! Una loca de verano. Sin duda la pusieron aquí adrede. ¡Pobre Ambrosio Stub! También él fue un loco de verano, un poeta antes de tiempo. Se anticipó a su época, y hubo de aguantar nevadas y frías ventoleras, yendo de cortijo en cortijo por tierras de Fionia, como flor en florero, flor en carta rimada. Loco de verano, loco de invierno, broma y bufonada, y, no obstante, el primero, el único, el poeta danés que más frescor juvenil respira. Sigue como señal en el libro, pequeña campanilla blanca; con intención te pusieron en él.

Y la campanilla fue dejada en el libro, y se sintió honrada y contenta, sabiendo que era una señal en el hermoso volumen de poesías, y que aquel que por primera vez la había cantado y escrito sobre ella, había sido también un loco de verano, e incluso en invierno había pasado por loco. La flor lo comprendía a su manera, como todos comprendemos las cosas a la nuestra. Y éste es el cuento del rompenieves, de la campanilla blanca, de la loca de verano.

Y Colorín Colorado

miércoles, 25 de mayo de 2016

CUENTO AVIADOR

EL  NIÑO AL  QUE LA  LUNA LE  CONCEDIÓ  UN  DESEO  Maythe. Morán
Era una noche de aquellas en donde la brisa trae ilusiones y tiempos felices. Este niño, que amaba los aviones tanto como la luna y las estrellas, fue con su papá y su mamá a parquearse cerca de un pequeño aeropuerto, deseando poder encontrar un avión de verdad, al cual poder verle la panza cuando pasara volando sobre ellos. Y ahí estaban los tres, callados, ansiosos y esperando en silencio, y el niño dejó de pronto ir una pregunta: “¿Qué estamos esperando?”. “A que venga un avión y nos pase volando de cerquita”, le contestó su papá, con los ojos puestos en la inmensidad del cielo. 

Pasaba el tiempo (siempre lento ante los ojos infantiles) y el niño, señalando con su dedito travieso dijo: “No hay aviones, pero ahí está la luna”, mientras miraba embelesado el gigantesco disco de plata del que tantas veces su mamá le había hablado, igualito al que ella misma le había pegado en sus paredes, con recortes de papeles tornasolados. “Pero no hay estrellas”, dijo despacito, pensando que quizás tenían demasiado frío como para salir esta noche. “Pregúntele a la luna por qué no hay aviones esta noche”, le sugirió la mamá. Y entonces, la luna con su voz de sueño le contestó al bebé: “Te voy a decir un secreto: cada vez que veas una estrella fugaz pide un deseo y yo, que las conozco a todas ellas, lo sabré y te lo haré realidad”. En ese momento, perdida entre tanto azul y tanta oscuridad, una estrella abrió lentamente sus ojos de luz. Y entonces el niño, con el atrevimiento ingenuo de los primeros años pidió: “Yo lo único que quiero es ver un avión, de cerca, con todos sus ruidos y sus alas de metal”. Y en ese preciso momento, la estrella empezó a parpadear y el eco del deseo del niño se fue apagando, al mismo tiempo que la estrella parecía brillar con más intensidad. El corazón curioso del niño palpitaba con anticipación y repetía su deseo en silencio. Sus ojos se fijaron en la estrella y en su brillo, y empezó a lo lejos a hacerse escuchar un sonido. “¿Qué es?”, preguntó, y su mamá, con una sonrisa dijo: “Es la luna, trabajando para hacer tu deseo realidad”. 

La estrella empezó a cambiar de color, al mismo tiempo que aumentaba su tamaño, y un parpadeo del niño fue suficiente para que de repente viera sobre el carro de su papá la enorme panza plateada de un avión, sintiera sobre su carita la rápida brisa y llenara sus ojitos con los destellos que saltaban de las alas de la gigantesca máquina con la que soñaba día y noche. Se quedó inmóvil, siguió con sus ojos al avión hasta que la noche se lo tragó y su alma pequeñita se llenó de felicidad y se regocijó de paz. Y es cuando aprendió a creer en la luna y en las estrellas, y a esperar pacientemente a que en cualquier momento los deseos se hagan realidad.


Y Colorín  Colorado....

martes, 10 de mayo de 2016

CUENTO ALUMBRADOR

LA PEQUEÑA LUCIÉRNAGA. CUENTO TAILANDÉS

Había una vez una comunidad de luciérnagas que habitaba el interior de un gigantesco lampati, uno de los árboles más majestuosos y antiguos de Tailandia. Cada noche, cuando todo se volvía oscuro y apenas se escuchaba el leve murmurar de un cercano río, todas las luciérnagas salían del árbol para mostrar al mundo sus maravillosos destellos. Jugaban a hacer figuras con sus luces, bailando al son de una música inventada para crear un sinfín de centelleos luminosos más resplandeciente que cualquier espectáculo de fuegos artificiales. 

Pero entre todas las luciérnagas del lampati había una muy pequeñita a la que no le gustaba salir a volar. - No, hoy tampoco quiero salir a volar -decía todos los días la pequeña luciérnaga-. Id vosotros que yo estoy muy bien aquí en casita. Tanto sus padres como sus abuelos, hermanos y amigos esperaban con ilusión la llegada del anochecer para salir de casa y brillar en la oscuridad. Se divertían tanto que no comprendían por qué la pequeña luciérnaga no les quería acompañar. Le insistían una y otra vez, pero no había manera de convencerla. La pequeña luciérnaga siempre se negaba. 

-¡Que no quiero salir afuera! -repetía una y otra vez-. ¡Mira que sois pesados! Toda la colonia de luciérnagas estaba muy preocupada por su pequeña compañera. -Tenemos que hacer algo -se quejaba su madre-. No puede ser que siempre se quede sola en casa sin salir con nosotros. -No te preocupes, mujer -la consolaba el padre-. Ya verás como cualquier día de estos sale a volar con nosotros. Pero los días pasaban y pasaban y la pequeña luciérnaga seguía encerrada en su cuarto. 
Una noche, cuando todas las luciérnagas habían salido a volar, la abuela de la pequeña se le acercó y le preguntó con mucha delicadeza: -¿Qué es lo que ocurre, mi pequeña? ¿Por qué no quieres venir nunca con nosotros a brillar en la oscuridad? 

-Es que no me gusta volar-, respondió la pequeña luciérnaga. -Pero, ¿por qué no te gusta volar ni mostrar tu maravillosa luz? -insistió la abuela luciérnaga. -Pues... -explicó al fin la pequeña luciérnaga-. Es que para qué voy a salir si nunca podré brillar tanto como la luna. La luna es grande, y muy brillante, y yo a su lado no soy nada. Soy tan diminuta que en comparación parezco una simple chispita. Por eso siempre me quedo en casa, porque nunca podré brillar tanto como la luna. 

La abuela había escuchado con atención las razones de su nieta, y le contestó: -¡Ay, mi niña! hay una cosa de la luna que debería saber y, visto o visto, desconoces. Si al menos salieras de vez en cuando, lo habrías descubierto, pero como siempre te quedas en el árbol, pues no lo sabes. -¿Qué es lo que he de saber y no sé? -preguntó con impaciencia la pequeña luciérnaga. -Tienes que saber que la luna no tiene la misma luz todas las noches -le contestó la abuela-. La luna es tan variable que cada día es diferente. Hay días en los que es grande y majestuosa como una pelota, y brilla sin cesar en el cielo. Pero hay otros días en los que se esconde, su brillo desaparece y el mundo se queda completamente a oscuras. 

-¿De veras hay noches en las que la luna no sale? -preguntó sorprendida la pequeña luciérnaga. -Así es -le confirmó la abuela. La luna es muy cambiante. A veces crece y a veces se hace pequeñita. Hay noches en las que es grande y roja y otras en las que desaparece detrás de las nubes. En cambio tú, mi niña, siempre brillarás con la misma fuerza y siempre lo harás con tu propia luz. La pequeña luciérnaga estaba asombrada ante tal descubrimiento. Nunca se había imaginado que la luna pudiese cambiar y que brillase o se escondiese según los días. 

Y a partir de aquel día, la pequeña luciérnaga decidió salir a volar y a bailar con su familia y sus amigos. Así fue como nuestra pequeña amiguita aprendió que cada uno tiene sus cualidades y, por tanto, cada uno debe brillar con su propia luz. 

Y Colorín Colorado… 

domingo, 3 de abril de 2016

CUENTO ANTIGUO

Se cuenta que en el Siglo pasado, un Turista Americano fue a la Ciudad de El Cairo, Egipto, con la finalidad de visitar a un famoso Sabio. 

El Turista se sorprendió al ver que el Sabio vivía en un cuartito muy simple y lleno de libros.Las únicas piezas de mobiliario eran una cama, una mesa y un banco. 

¿Dónde están sus muebles? preguntó el Turista. Y el Sabio, rápidamente, también preguntó: ¿Y dónde están los suyos...? ¿Los míos?, se sorprendió el Turista. ¡Pero si yo estoy aquí solamente de paso! Yo también... concluyó el Sabio. 

'La vida en la tierra es solamente temporal... sin embargo, algunos viven como si fueran a quedarse aquí eternamente y se olvidan de ser felices'.

'El valor de las cosas y los momentos no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con que se viven.

Por eso existen momentos maravillosos, inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables.'

y  Colorín  Colorado... 

domingo, 20 de marzo de 2016

CUENTO SABIONDO


EL ABECEDARIO. Hans Christian Andersen

Erase una vez un hombre que había compuesto versos para el abecedario, siempre dos para cada letra, exactamente como vemos en la antigua cartilla. Decía que hacía falta algo nuevo, pues los viejos pareados estaban muy sobados, y los suyos le parecían muy bien. Por el momento, el nuevo abecedario estaba sólo en manuscrito, guardado en el gran armario-librería, junto a la vieja cartilla impresa; aquel armario que contenía tantos libros eruditos y entretenidos. Pero el viejo abecedario no quería por vecino al nuevo, y había saltado en el anaquel pegando un empellón al intruso, el cual cayó al suelo, y allí estaba ahora con todas las hojas dispersas. 

El viejo abecedario había vuelto hacia arriba la primera página, que era la más importante, pues en ella estaban todas las letras, grandes y pequeñas. Aquella hoja contenía todo lo que constituye la vida de los demás libros: el alfabeto, las letras que, quiérase o no, gobiernan al mundo. ¡Qué poder más terrible! Todo depende de cómo se las dispone: pueden dar la vida, pueden condenar a muerte; alegrar o entristecer. Por sí solas nada son, pero ¡puestas en fila y ordenadas!... Cuando Nuestro Señor las hace intérpretes de su pensamiento, leemos más cosas de las que nuestra mente puede contener y nos inclinamos profundamente, pero las letras son capaces de contenerlas. Pues allí estaban, cara arriba. 

El gallo de la A mayúscula lucía sus plumas rojas, azules y verdes. Hinchaba el pecho muy ufano, pues sabía lo que significaban las letras, y era el único viviente entre ellas. Al caer al suelo el viejo abecedario, el gallo batió de alas, subióse de una volada a un borde del armario y, después de alisarse las plumas con el pico, lanzó al aire un penetrante quiquiriquí. Todos los libros del armario, que, cuando no estaban de servicio, se pasaban el día y la noche dormitando, oyeron la estridente trompeta. Y entonces el gallo se puso a discursear, en voz clara y perceptible, sobre la injusticia que acababa de cometerse con el viejo abecedario. - Por lo visto ahora ha de ser todo nuevo, todo diferente - dijo -. El progreso no puede detenerse. Los niños son tan listos, que saben leer antes de conocer las letras. «¡Hay que darles algo nuevo!», dijo el autor de los nuevos versos, que yacen esparcidos por el suelo. ¡Bien los conozco! Más de diez veces se los oí leer en alta voz. ¡Cómo gozaba el hombre! Pues no, yo defenderé los míos, los antiguos, que son tan buenos, y las ilustraciones que los acompañan. Por ellos lucharé y cantaré. Todos los libros del armario lo saben bien. Y ahora voy a leer los de nueva composición. 

Los leeré con toda pausa y tranquilidad, y creo que estaremos todos de acuerdo en lo malos que son. A. Ama Sale el ama endomingada. Por un niño ajeno honrada. B. Barquero Pasó penas y fatigas el barquero, Mas ahora reposa placentero. -Este pareado no puede ser más soso. - dijo el gallo - Pero sigo leyendo. C. Colón Lanzóse Colón al mar ingente, y ensanchóse la tierra enormemente. D. Dinamarca De Dinamarca hay más de una saga bella, No cargue Dios la mano sobre ella. - Muchos encontrarán hermosos estos versos - observó el gallo - pero yo no. No les veo nada de particular. Sigamos. E. Elefante Con ímpetu y arrojo avanza el elefante, de joven corazón y buen talante. F. Follaje Despójase el bosque del follaje En cuanto la tierra viste el blanco traje. G. Gorila Por más que traigáis gorilas a la arena, se ven siempre tan torpes, que da pena. H. Hurra ¡Cuántas veces, gritando en nuestra tierra, puede un «hurra» ser causa de una guerra! - ¡Cómo va un niño a comprender estas alusiones! - protestó el gallo -. Y, sin embargo, en la portada se lee: «Abecedario para grandes y chicos». Pero los mayores tienen que hacer algo más que estarse leyendo versos en el abecedario, y los pequeños no lo entienden. ¡Esto es el colmo! Adelante. J. Jilguero Canta alegre en su rama el jilguero, de vivos colores y cuerpo ligero. L. León En la selva, el león lanza su rugido; vedlo luego en la jaula entristecido. M. mañana (sol de) Por la mañana sale el sol muy puntual, mas no porque cante el gallo en el corral. Ahora las emprende conmigo - exclamó el gallo -. Pero yo estoy en buena compañía, en compañía del sol. 

Sigamos. N. Negro Negro es el hombre del sol ecuatorial; por mucho que lo laven, siempre será igual. O. Olivo ¿Cuál es la mejor hoja, lo sabéis? A fe, la del olivo de la paloma de Noé. P. Pensador En su mente, el pensador mueve todo el mundo, desde lo más alto hasta lo más profundo. Q. Queso El queso se utiliza en la cocina, donde con otros manjares se combina. R. Rosa Entre las flores, es la rosa bella lo que en el cielo la más brillante estrella. S. Sabiduría Muchos creen poseer sabiduría cuando en verdad su mollera está vacía. - ¡Permitidme que cante un poco! - dijo el gallo -. Con tanto leer se me acaban las fuerzas. He de tomar aliento -. Y se puso a cantar de tal forma, que no parecía sino una corneta de latón. Daba gusto oírlo - al gallo, entendámonos -. Adelante. T. Tetera La tetera tiene rango en la cocina, pero la voz del puchero es aún más fina. U. Urbanidad Virtud indispensable es la urbanidad, si no se quiere ser un ogro en sociedad. Ahí debe haber mucho fondo - observó el gallo -, pero no doy con él, por mucho que trato de profundizar. V. Valle de lágrimas Valle de lágrimas es nuestra madre tierra. A ella iremos todos, en paz o en guerra. - ¡Esto es muy crudo! - dijo el gallo. X. Xantipa - Aquí no ha sabido encontrar nada nuevo: En el matrimonio hay un arrecife, al que Sócrates da el nombre de Xantipe. - Al final, ha tenido que contentarse con Xantipe. Y. Ygdrasil

En el árbol de Ygdrasil los dioses nórdicos vivieron, mas el árbol murió y ellos enmudecieron. - Estamos casi al final - dijo el gallo -. ¡No es poco consuelo! Va el último: Z. Zephir En danés, el céfiro es viento de Poniente, te hiela a través del paño más caliente. - ¡Por fin se acabó! Pero aún no estamos al cabo de la calle. Ahora viene imprimirlo. Y luego leerlo. ¡Y lo ofrecerán en sustitución de los venerables versos de mi viejo abecedario! ¿Qué dice la asamblea de libros eruditos e indoctos, monografías y manuales? ¿Qué dice la biblioteca? Yo he dicho; que hablen ahora los demás. Los libros y el armario permanecieron quietos, mientras el gallo volvía a situarse bajo su A, muy orondo. 

- He hablado bien, y cantado mejor. Esto no me lo quitará el nuevo abecedario. De seguro que fracasa. Ya ha fracasado. ¡No tiene gallo!. 



Y Colorin colorado....