viernes, 19 de junio de 2009

Cuento para "Pilotos"


El niño al que la luna le concedió el deseo. Maythe. Morán

Era una noche de aquellas en donde la brisa trae ilusiones y tiempos felices. Este niño, que amaba los aviones tanto como la luna y las estrellas, fue con su papá y su mamá a parquearse cerca de un pequeño aeropuerto, deseando poder encontrar un avión de verdad, al cual poder verle la panza cuando pasara volando sobre ellos. Y ahí estaban los tres, callados, ansiosos y esperando en silencio, y el niño dejó de pronto ir una pregunta: “¿Qué estamos esperando?”. “A que venga un avión y nos pase volando de cerquita”, le contestó su papá, con los ojos puestos en la inmensidad del cielo. Pasaba el tiempo (siempre lento ante los ojos infantiles) y el niño, señalando con su dedito travieso dijo: “No hay aviones, pero ahí está la luna”, mientras miraba embelesado el gigantesco disco de plata del que tantas veces su mamá le había hablado, igualito al que ella misma le había pegado en sus paredes, con recortes de papeles tornasolados. “Pero no hay estrellas”, dijo despacito, pensando que quizás tenían demasiado frío como para salir esta noche. “Pregúntele a la luna por qué no hay aviones esta noche”, le sugirió la mamá. Y entonces, la luna con su voz de sueño le contestó al bebé: “Te voy a decir un secreto: cada vez que veas una estrella fugaz pide un deseo y yo, que las conozco a todas ellas, lo sabré y te lo haré realidad”. En ese momento, perdida entre tanto azul y tanta oscuridad, una estrella abrió lentamente sus ojos de luz. Y entonces el niño, con el atrevimiento ingenuo de los primeros años pidió: “Yo lo único que quiero es ver un avión, de cerca, con todos sus ruidos y sus alas de metal”. Y en ese preciso momento, la estrella empezó a parpadear y el eco del deseo del niño se fue apagando, al mismo tiempo que la estrella parecía brillar con más intensidad. El corazón curioso del niño palpitaba con anticipación y repetía su deseo en silencio. Sus ojos se fijaron en la estrella y en su brillo, y empezó a lo lejos a hacerse escuchar un sonido. “¿Qué es?”, preguntó, y su mamá, con una sonrisa dijo: “Es la luna, trabajando para hacer tu deseo realidad”. La estrella empezó a cambiar de color, al mismo tiempo que aumentaba su tamaño, y un parpadeo del niño fue suficiente para que de repente viera sobre el carro de su papá la enorme panza plateada de un avión, sintiera sobre su carita la rápida brisa y llenara sus ojitos con los destellos que saltaban de las alas de la gigantesca máquina con la que soñaba dia y noche. Se quedó inmóvil, siguió con sus ojos al avión hasta que la noche se lo tragó y su alma pequeñita se llenó de felicidad y se regocijó de paz. Y es cuando aprendió a creer en la luna y en las estrellas, y a esperar pacientemente a que en cualquier momento los deseos se hagan realidad.

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