jueves, 30 de julio de 2009

Cuento bien honrado!!!


El persa verídico. Fábula

Había en Persia un hombre tan honrado y tan bueno que todos los que le conocían le llamaban santo.
Siendo muchacho todavía, quiso instruirse y aprender la ciencia del bien. Tenían a la sazón los árabes fama de poseer muchos y buenos sabios, y él se propuso llegar hasta ellos, deseoso de imitarlos. Su madre aprobó el proyecto, le dió ochenta piezas de plata, y le dijo:

–Este es todo el dinero que tengo. La mitad te pertenece; pero la otra mitad, que es de tu hermano menor, debes devolvérsela con los intereses correspondientes.Convino en ello el buen muchacho persa; la madre entonces le fué cosiendo las monedas en el interior de
la ropa, para que pudiera llevarlas con más facilidad sin perderlas, y terminada esta operación, le dijo: –Prométeme ahora no decir jamás una mentira.–Te lo prometo, madre. –Pues bien; que Dios vaya contigo, como va mi bendición–añadió la madre conmovida. Y se despidió de él para siempre.

El muchacho, que se llamaba Abdul Kadir, emprendió su viaje y anduvo días y días con dirección a la Arabia. Se asoció después a otros viajeros para pasar juntos por los sitios de mayor peligro, y caminando así dieron un día con un grupo de bandidos árabes. Los detuvieron y les robaron el dinero y joyas que llevaban en sus equipajes. El muchacho persa no llevaba más bultos que su botella de agua, y nadie sospechaba siquiera que llevase dinero. Mientras los bandidos despojaban a los demás viajeros, el jefe de la partida, que montaba un hermoso caballo, llamó al pequeño persa y se puso a bromear con él. –¿Qué dinero llevas?–le preguntó. –Ochenta monedas de plata–dijo con resolución el muchacho. El árabe se rió creyendo que también se bromeaba el chico, y le pidió la bolsa. –No la tengo–dijo el persa. –Las monedas están cosidas en mi ropa. Le registró entonces el jefe de los bandidos, y se convenció de que el muchacho decía la verdad. –¿Cómo has declarado que llevabas ese dinero, cuando iba tan bien escondido? –Porque prometí decir siempre la verdad. –¿A quién lo prometiste? –A mi madre. –¡Ah!–exclamó entonces conmovido el árabe.–¡Tú, niño aun, y en la más apurada situación, obedeces el mandato de tu madre ausente, y nosotros olvidamos
el mandato de nuestro Dios! Después, dirigiéndose al pequeño persa, le dijo: –¡Dame esa mano honrada, muchacho, que quiero salvarte en pago de la lección que me acabas de dar!

Volvió con él hacia donde estaban los demás ladrones, les contó el caso, y les anunció su propósito de respetar el dinero del persa verídico. Ellos aprobaron la resolución del capitán, diciéndole: –Eres nuestro jefe en el robo, y debes serlo también en las acciones generosas y justas. El jefe devolvió el dinero al muchacho persa, y le llevó de nuevo al camino que había de seguir. Y colorin colorado....

sábado, 25 de julio de 2009

CUENTO PARA LA LUNA


LA LUNA DE VACACIONES . Colección los tesoros del arco iris
Una noche el cielo estaba muy oscuro, de ese negro que solo está cuando la luna brilla por su ausencia. De las chimeneas salían nubes de humo que llegaban muy alto, se sorprendieron de no ver ninguna luz por allí arriba, pero poco a poco y sin que nadie se diera cuenta se fue disolviendo en el aire.


Las estrellitas se preguntaban unas a otras dónde estaría la dama de la noche, los barcos en el mar intentaban encontrarla en sus latitudes, pero por ningún lado había un rayito de ella.

Desde el otro lado del mundo se oía una voz cantando:
Tiii-tiraaa-tiruriii-titaaaaaaa....
Y entre dos palmeras muy divertidas que bailaban con el viento se encontraba la luna, chapoteando en el mar, como una niñita pequeña, eso sí, tenía unos enooormes anteojos de sol, estaba muy divertida porque no tenía que brillar por todos lados. Trajo consigo una valijita con algunas cosas, sus distintas caras, la menguante, la creciente, la nueva y la llena, también trajo algunas estrellitas vecinas que se negaban a salir de la oscuridad de la maleta, algunos polvos del cielo que usaba para resaltar más su linda blancura.

Después de un buen rato la luna empezó a enrojecerse, su piel que siempre fue tán blanca le ardía bastante, no se había puesto ningún protector solar, porque no existía ninguno para una luna tan grandota.

El sol, los delfínes que pasaban y todos los habitantes marinos se tapaban la risita, pero sin poderse contener al final.

    ¡AAAYYYY..... cómo me pica! ¡Cómo me piiiicaaaa!, estoy toda roja, ¡que raro es!, se quejaba la luna.
El sol estaba riéndose bastante y empezó hablarle a la luna:
Jo-Jo-Jo-Jo.... qué risa, una luna roja, ¿¡y ahora cómo vas a dar luz!?, vas a dar una luz bien roja, y en realidad nadie va a encontrar más sus caminos, ni se formaran más caminos de luz de luna en el mar... terminó de decir el SOL un poco triste.
    Y ahora ¿qué puedo hacer?, ¿Cómo haré para volver a ser blanca y hermosa?, decía aflijida la luna.
Los animalitos le dieron toda clase de consejos de qué podía hacer para quitarse el ardor, ella muy paciente los seguía al pie de la letra, pero además de quedar como una luna loca mucho efecto no le hacía.
Un delfín le dijo en secreto lo que le devolvería su blancura, tenía que beber mucha, pero mucha, de verdad, leche de vaca. La luna le tiró un besito al aire, sin siquiera tocarse los labios porque también le ardían, y se fue corriendo para todos los países que tuvieran vacas y las dejó casi sin una gota para nadie más...

Poco a poco fue aliviándose su penar, al acercarse al mar por la noche se dio cuenta que ya no estaba más roja, pero sí estaba enormemente grande después de haber tomado tanta leche, muchísimo más que el sol y como despues de haber estado lejos tanto tiempo, ahora tenía que ponerse la cara de Luna creciente, y no le entraba por ningún lado se le salían pedazos de luna por todos los costados, así que se puso a hacer algo de ejercicio.

    ¡Hop!¡Hop!¡Hop! Vueltas para arriba...¡Hop!¡Hop!¡Hop! Vueltas para abajo...¡Hop! ¡Hop!¡Hop! Muchas vueltas más hasta volver a estar como antes... ¡Hop!¡Hop!¡Hop!...
Al terminar de dar tantas vueltas había vuelto a ser la bella luna de siempre, con su bonita cara Creciente... Así fue cambiando tranquilamente sus caras hasta cuando por fin se pudo poner Llena, por suerte no quedaba ningún rastro de sus locas vacaciones.
Todos los peces, pulpos, delfínes y demás habitantes marinos se reunieron a cuchichear muy bajito algunas cosas, lo hacían tán en secreto que la luna por más que disimuladamente bajara para oir mejor, no se enteraba de nada.
Los delfínes saltaron dando piruetas en el aire, los pulpos saltaron también muy graciosos tocándose sus tentáculos encima de su cabeza, todas las almejas, mejillones y ostras hicieron música castañeteando, los peces llenaron de maravillosos colores el baile acuático porque todos querían cantarle a la bella de la noche lo resplandeciente que estaba y cómo adoraban a esta estupenda anfitriona de la gran fiesta en el camino de luz de la Luna Llena. Y colorin colorado....

viernes, 24 de julio de 2009

Cuento Bailarín!


El ciempiés bailarin. Marisa Moreno. España

Jimmy el ciempiés, vivía cerca de un hormiguero. Su gran afición era bailar. Tenía unas patitas ágiles como las plumas. Le encantaba subirse encima del hormiguero y empezar a taconear. Jimmy cantaba: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailaor!.Era muy molesto oír tantos pies, retumbando y retumbando sobre el techo del hormiguero.

Las hormigas asustadas salían para ver lo que ocurría. El ciempiés seguía cantando: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailaor!.¡Otra vez Jimmy!. decía: la hormiga jefe.

¡No podemos trabajar, ni dormir!. ¡No puedes irte a otro sitio a bailar!. La hormiga jefe ordenó a su tropa de hormigas que llevaran a Jimmy a otro lugar. ¡No, hormiga jefe!. ¡Ya me voy!. Dijo Jimmy.

Jimmy se acercó a la casa del señor topo. Se puso al lado de la topera y vuelta a taconear. Seguía con su canción: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailaor!. El señor topo enfadado, salió y le dijo: ¡Jimmy, estoy ciego pero no sordo!. ¿No puedes ir a otro sitio a bailar?.

Jimmy estaba un poco triste, porque en todas partes molestaba. Cogió sus maletas y se marchó de allí. Empezó a caminar y caminar, hasta que estaba tan cansado que no tuvo más remedio que descansar. Se quedó dormido bajo un árbol. Cuando despertó al día siguiente, estaba en un campo lleno de flores. ¡Este será mi nuevo hogar! : dijo el ciempiés.

Tanto se entusiasmo Jimmy, que no se dio cuenta que un gran cuervo estaba justo encima de él, en el árbol. Jimmy se puso a taconear con tanta alegría que llamó la atención del cuervo. El cuervo inclinó el cuello y vió a Jimmy taconeando. ¡Pobre Jimmy!.

El pájaro se lanzó sobre él, con gran rapidez. Abrió su bocaza y cogió al ciempiés. El ciempiés gritaba: ¡Socorro, socorro!. Un cazador, que andaba por allí, observo, al cuervo volando. No le gustaban mucho los cuervos, pues él creía que le daban mala suerte. Hizo un disparo al aire para asustarlo. El cuervo soltó al ciempiés.

Al caer, el ciempiés se dio un gran batacazo. Esto le sirvió de lección. Aprendió a ser más responsable y fijarse bien dónde se ponía a bailar. Buscó un lugar seguro y allí danzaba y bailaba. No molestaba a nadie ni a él, le molestaban. Así fue como el ciempiés empezó a ser respetado por todos.Y colorin colorado...

martes, 21 de julio de 2009

Cuento Pirata!!!


PIRATAS POR CORRESPONDENCIA. Beatríz Actiz

El gran problema de Francisco Morganelli -conocido en el barrio El Paraíso de la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra como: “El Tardío”- era que el reloj de su vida atrasaba largamente. Había caminado, hablado, dejado los pañales y recibido el nacimiento de sus dientes mucho tiempo después que sus hermanos, primos y compañeros de la guardería y del jardín. Había terminado la escuela primaria con edad suficiente para ingresar a la mismísima carrera de Magisterio. Había tardado en descubrir su vocación, aquélla que le permitiría “labrarse un porvenir y convertirse en un hombre de bien”, según decía su padre (ya en ese momento, un señor mayor). Ahora bien: una vez que descubrió su verdadera vocación, nada en el mundo iba a impedir que concretara su sueño. Porque Francisco Morganelli no tenía dudas: ¡quería ser pirata! Bolivia, lo sabemos, tiene el lago Titicaca y, además, ríos importantes como el Pilcomayo, el Bermejo, el Madeira, el Desaguadero... Pero ¡lo que no tiene es mar! Ése fue, sin duda, el segundo gran problema de Francisco Morgarelli. “No estoy ni en el momento ni en el lugar adecuados”, comprobó el buen hombre, apenado, pensando en qué difícil sería concretar sus nobles aspiraciones. Entonces, decidió tomar el timón del barco de su destino para llegar a buen puerto (pensó durante mucho tiempo aquella frase) e hizo un curso por correspondencia en la Escuela de Filibusteros: “¡Caribe ya!”. Eso sí, el estudio le llevó un poco más de tiempo del que había calculado. En efecto, una década después, Francisco Morganelli “El Tardío” se recibió de pirata tras aprobar todas las materias de su curso por correspondencia. Pero iba a resultarle muy dificultoso conseguir trabajo. Decidió entonces tomar algunas medidas: en primer lugar, acortó su nombre para convertirlo en otro que sonara más parecido al de un pirata y puso este aviso clasificado en el diario boliviano de mayor circulación:

“Francis Morgan”

-Filibustero-

Asesoramiento en casos de:

  • Piratería o robo de mercancías en el Mar del Caribe y zonas de influencia

  • Búsqueda de tesoros muy ocultos y desciframiento de mapas escritos con tinta invisible

  • Pérdida de brazo y de ojo en batallas en altamar

Sin embargo, nadie respondió a un aviso tan atractivo como útil. “No hay derecho”, protestó Francis. Pero no se desalentó e hizo todo lo que detallaremos a continuación:· Como quería a toda costa ser un auténtico pirata y conocer la Isla de la Tortuga (refugio por excelencia de bucaneros y filibusteros), ¡se compró una tortuga!: un símbolo más de la lentitud de su comportamiento.... Le puso de nombre “Rosa de los Vientos”, aunque en la intimidad la llamaba “Rosita”. Los dos juntos tomaban sol en el jardín, en los pocos meses en que ella no estaba hibernando en el sótano de la casa. Como no tenía pata de palo -que sí la tiene todo pirata que se precie- , usaba un bastón que en su empuñadura tenía una cabeza de pez tallada en madera. A veces caminaba apoyado en su bastón (un día lo agarraba con la mano derecha; otro día se olvidaba y la agarraba con la mano izquierda). Otras veces se olvidaba de apoyarlo y lo llevaba en la mano como un puntero para señalar el norte, el sur, el este y el oeste, o simplemente para rascarse la espalda o espantar a los mosquitos. Basó su dieta en limón para evitar el terrible mal del escorbuto, que asola a los navegantes. Pero tenía que ocultar su cara de espanto cada vez que le daba un mordisco a un fruto tan agrio y a escondidas comía duraznos, melones y sandías ¡que le sabían mucho mejor! No tenía isla (aunque tenía tortuga). No tenía cofre del tesoro, pero tenía la mochila que guardaba de recuerdo de su época de estudiante y que poseía forma de valijita y, con un poco de imaginación, parecía un cofre. Adentro de la valijita no había ni piedras preciosas ni monedas de oro. Su tesoro estaba escondido en el sótano de la casa, al lado de la tortuga que se la pasaba hibernando: era la colección de los libros de “Sandokán” de Emilio Salgari, que releía desde su más tierna infancia. A falta de loro, compró en la Feria una cotorra verde para compañía de la tortuga y la llamó como el oceanógrafo francés “Jacques Cousteau”. A Jacques Cousteau le gustaba mucho cantar esta canción:

“Todos los piratas tienen un lorito que habla en frances

Pero la cotorra tenía innumerables caprichos que a Francis más de una vez lo sacaban de las casillas, por ejemplo: las migas de pan remojadas en leche que comía sólo podían ser de plan flauta y nunca de pan felipe, la latita en la que se bañaba como en una pileta tenía que tener el agua tibia y salada como la del mar, pero jamás, fría, al atardecer, Francis entraba a Jacques Cousteau a la cocina y le encendía la radio para que no se entristeciera con la melancolía del crepúsculo, etcétera.

Así se encontró Francis Morgan en un atardecer en la cocina de su casa: ya un señor en edad de jubilarse ¡y todavía no había empezado a trabajar!; solo, con la tortuga hibernando, el loro quejándose en francés, los libros de aventuras escondidos en el sótano, el gusto a limón en la boca... “Es hora de retirarme”, decidió (aunque nunca había comenzado). Se puso a pensar en su futuro, mientras con el bastón -ex pata de palo- sacaba una telaraña del techo: “¿A qué me podría dedicar, con todas mis aptitudes?”. Y así se le ocurrió, como en una marejada de ideas: ¡podía ser buzo, o biólogo marino, o estudiar la carrera de Oceanografía! Sacó una manzana de la frutera, la comió sin ningún remordimiento y exclamó con voz muy fuerte, tanto que despertó a Jacques Cousteau, aunque no le importó para nada: “¡Esta vez sí lo voy a lograr!”. Y corrió a comprarse de inmediato un par de patas de rana.Y colorin colorado ....

sábado, 18 de julio de 2009

Cuento Estrellado


EL CAZADOR DE ESTRELLAS Indi
Cuenta las buenas memorias, junto con gran imaginación, la historia de quien podría llamarse “el cazador de estrellas”, y su particular compañero de hazañas y soledades, Don Juan, que por estar de curioso se ha convertido en un insignificante espectro de varios colores y grandes aventuras en el gran azul de nuestro cielo.
En una noche estrellada y observada por el gran telescopio de nuestro cazador y su don juan, que jamás dejaron pasar una estrella fugaz sin ser observada, ni una constelación sin ser descubierta, porque para ellos el cielo era un mundo sin fronteras y desconocido para los ojos de las personas que vivimos debajo de él. en esa noche ellos descubrieron la forma de vivir en el cielo sin la ayuda de otras personas y grandes estudios, pero mas que descubrirlo se le fue concedido por dios, pues El les mostró con el telescopio la puerta del cielo, la cual era tan brillante y blanca, que al descubrirla, el cazador y don juan, se quedaron ciegos, pero con una paz en su interior y un sentimiento de querer escapar de esta tierra fría. Al llegar el cazador y don Juan al cielo, descubrieron un lugar hermoso, lleno de lindas estrellas brillantes y enormes, con el brillo mas segador que habían conocido; al avanzar, alcanzaron a ver a los pintores y artistas que hacían posible la bella vista de nuestras noches estrelladas, y descubrieron que las pinturas con que las hacían, era del material del brillo de los ojos de las personas más humildes y enamoradas de la tierra, pero que cuando estas se entristecen va desapareciendo ese brillo, hasta llegar el punto de desaparecer las estrellas; al llegar a la zona mas alta, se sorprendieron al encontrar un jardín de algodón de nube, era tan hermoso que no resistieron la tentación lanzarse a él, pero cuando estaban por hacerlo, escucharon una voz gruesa que los invitaba a su lado. Cuando llegaron a esa voz descubrieron a un hombre de barba blanca, con una sonrisa inmensa llena de unos lindos dientes; don juan y el cazador le preguntaron quien era, y él respondió que se hacia llamar Dios, pero que su apariencia no sabría como descubrirla, pues aquella dependía de como cada persona se lo imaginaba, ya que El tenia el privilegio de ser abstractos para todos lo seres existentes. el cazador y Don Juan se quedaron sorprendido, pues estaban frente al todo poderoso, entonces don juan como siempre indiscreto, le preguntó si era un sueño, y él le respondió que no, que mas bien era la única oportunidad de convertirse en lo que siempre habían soñado, en cazadores de estrellas, pues muchas de estas, al ser pintadas se fugan y caen al mar, para convertirse en estrellas de mar, y mas en los últimos días, que el cazador anterior había preferido fugarse con ellas y mudarse al mar para ser el guardián de las estrellas de mar. el cazador le dijo a Dios que el no sabría como hacerlo, pues nunca nadie le habían enseñado a cazar, y mucho menos estrellas fugases, con lo cual estuvo muy de acuerdo don juan, pero Dios les respondió que no era tan difícil, solo se necesitaba quererlas y tener un buen corazón que las entendiera y las cuidara en el cielo, porque al igual que los hombres, las estrellas se sienten solas e impotentes en el gran cielo oscuro de la noche. De este modo EL cazador y don Juan aceptaron felices, ya que ahora ya pertenecían al gran cielo de nuestro mundo; pero para ser cazadores había solo una condición, la cual consistía en no ver el dia, ya que al verlo se convertirían en algo muy pequeño y muy colorido para sus gustos. Pasaron los días y nuestros amigos hacían muy bien su trabajo, tanto que Dios, prefirió nómbralos dioses de las estrellas y del cielo oscuro de la noche, hasta que nuestro Don Juan, un dia prefirió salir de la noche paras aventurarse en las nubes, montado en los pájaros mas colorido del mundo, ya que se le había despertado la curiosidad al escuchar hablar a los guardianes de la noche, con los del día , pues decían que lo mas hermoso de todo el cielo era los paseos por las nubes montado en un buen pájaro colorido. De este modo salio muy silenciosamente, cuando el sol llego al cielo algo somnoliento, lo primero que sintió fue que su amigo El Cazador era diciéndole a gritos que no lo hiciera, pero él con un poco de desobediencia y curiosidad, salio al cielo azul montado en un gran pájaro de plumas brillantes de todos los colores; y lo segundo que sintió fue que se le quemaba la piel al tocársela los rayos cristalinos del sol, convirtiéndolo en un espectro pequeño y de varios colores. desde entonces nuestro Cazador vive cazando estrellas solo, sin su amigo Don juan, ya que el solo sale cuando Dios le quiere dar las gracias a la humanidad haciendo un gran arco iris en el cielo azul del dia, con todos los desobedientes que salieron al dia extasiados por el brillo y la hermosura del cielo. Y colorin colorado...

miércoles, 15 de julio de 2009

Cuento volador


Mensajes al viento. María Luján Barone

Esto que les voy a contar no es un invento ni puro cuento, sólo es la historia de un viento que cambió con el paso del tiempo.

Espuma, era una nube que de joven trabajaba como secretaria del señor Aire, Jefe Supremo del Cielo. Era una especie de "cadete", cumplía con los mensajes y recados. Además se llevaba muy bien con sus compañeros de oficio, los nubarrones y los pajaritos. Pero el empleado más eficaz y dinámico era el Sr. Viento. El nunca faltaba cuando le tocaba trabajar. Sr. Viento no trabaja todos los días sino de vez en cuando, por ratitos o ratotes… Según, porque si había muchas cartas en su buzón pidiendo que trabaje, él cumplía horas extras. ¿Saben quiénes le escribían más mensajes al Viento? Ustedes, los niños, pidiéndole que sople y sople cada vez más fuerte, para que sus barriletes se eleven como golondrinas y recorran toda la ciudad… para que sus avioncitos de papel rápidamente remoten el vuelo… para que sus veletas giren y giren sin parar… para que jugando les despeine el cabello y los haga correr y revolcarse por el pasto buscando su sombreros. Por suerte, Sr. Viento era tan bueno que jamás se negaba ante estos tiernos pedidos y con aire puro y limpio se disponía a trabajar. Soplaba, soplaba y soplaba, y no dejaba de hacerlo hasta que conseguía que el Sr. Aire se moviera y bailara junto con él. Cuando esto pasaba, en el cielo se armaba una gran fiesta… ¡hasta las nubes acudían de contentas! Entonces, todos los niños de la tierra saltaban de felicidad agradeciéndole a su amigo todo su esfuerzo.- ¡Sr. Viento! ¡Sr. Viento! ¡¡Gracias!!, gritaban todos juntos esperando que el desde allá arriba los escuchara.¡Que feliz se sentía Sr. Viento con tan cálido premio!- Trabajar así… ¡sí que vale la pena! Pensaba él.

Pero lamentablemente, con el paso del tiempo, las cosas cambiaron. Con el auge de los automóviles, los colectivos, las motocicletas y los taxis, junto con las fábricas, las industrias y todo lo que las grandes ciudades y la "vida moderna" representa, llegó la contaminación. Hoy el Aire ya no es el mismo, y el Viento tampoco se ve igual. Quien habían sido el mejor amigo de los chicos, limpio, puro y sano… ahora estaba convertido en un nubarrón negro aplastante, al que no llamaban más (con voz tierna y dulce) "Sr. Viento" ni "Sr. Aire", sino que habían rebautizado con el nombre de "Smog"… una palabra tan extraña que a muchos asustaba pronunciarla, temiendo quedar encantados por el hechizo de las cuatro macabras letras.

Ante tantos cambios Sr. Viento (yo todavía insisto en llamarlo así, por que guardo en mis recuerdos la imagen de aquel viento que de pequeña me hacía reír) se desesperó, entristeció y enmudeció… Y como el dolor era tan fuerte, se sintió destruido. Su corazón no lo pudo soportar y se partió en mil pedazos.… El pedazo más grande, valiente y decidido, conservaba aún la firmeza y el empuje de aquel viento que yo conocí. Decidió irse a soplar a otra parte donde aún lo siguieran llamando "Sr. Viento" y… silbando bajito, se marchó.

En el campo se instaló, y allí prosperó. Los pedacitos que se quedaron, se unieron para soplar juntos. Entonces, Sr. Viento volvió a trabajar –como siempre tan cumplidor– sin rezongar o quejarse. Pero yo, que lo conocí en su esplendor, les aseguro que jamás volvió a soplar con las mismas ganas que en aquel tiempo, nunca más volvió a formarse en su cara una sonrisa hecha de nubes.Y colorin colorado...

Cuento "maloso"


LOS DUENDES MALVADOS

Había una vez un grupo de duendes malvados en un bosque, que dedicaban gran parte de su tiempo a burlarse de un pobre viejecito que ya casi no podía moverse, ni ver, ni oir, sin respetar ni su persona ni su edad.

La situación llegó a tal extremo, que el Gran Mago decidió darles una lección, y con un conjuro, sucedió que desde ese momento, cada insulto contra el anciano mejoraba eso mismo en él, y lo empeoraba en el duende que insultaba, pero sin que los duendes se dieran cuenta de ello. Así, cuanto más llamaban "viejo tonto" al anciano, más joven y lúcido se volvía éste, al tiempo que el duende envejecía y se hacía más tonto. Y con el paso del tiempo, aquellos malvados duendes fueron convirtiéndose en seres horriblemente feos, tontos y torpes sin siquiera saberlo. Finalmente el mago permitió a los duendes ver su verdadero aspecto, y éstos comprobaron aterrados que se habían convertido en las horribles criaturas que hoy conocemos como trolls.

Y tan ocupados como estaban faltando al respeto del anciano, no fueron capaces de descubrir que eran sus propias acciones las que les estaban convirtiendo en unos monstruos, hasta que ya fue demasiado tarde, y colorin colorado...

martes, 14 de julio de 2009

Cuento felino....


EL GATO PERSA...
Cierto mercader de Isfahan, al llegar en una caravana a un oasis, ya entrada la noche, encontró a un grupo de bandidos que golpeaban y robaban a un desconocido. Después de que hubo dispersado a los rufianes hacia el desierto, el mercader se volvió para auxiliar al desafortunado desconocido hasta el caravansari*, pagó por su cama y su comida e insistió en acompañarlo hasta que se recuperara.

La noche siguiente, el desconocido -alabado sea el Gran Unico- estaba suficientemente recuperado como para poder sentarse con el mercader junto a una fogata afuera de la tienda. Más arriba de las palmeras verde oscuro, las estrellas brillaban y resplandecían en la azul medianoche del cielo. El humo de la fogata se elevaba serpenteando suavemente en la fresca brisa formando y volviendo a formar una interminable procesión de cambiantes configuraciones. Después de un largo silencio, durante el cual ambos miraban con fijeza el fuego, el extranjero tocó al mercader en la manga y dijo:

-Amigo mío, no sabías nada acerca de mí, sin embargo no vacilaste en ir a rescatarme sin esperar recompensa, lo cual es una señal auténtica de tener un gran corazón. Ahora yo deseo darte un obsequio a cambio. Tú no sabías que soy un mago y puedo darte cualquier cosa que desees. El mercader contestó: He vivido una vida muy buena y felíz con mi familia. He tenido éxito en mi oficio y en este momento no podría desear nada más que estar sentado aquí, en este hermoso y apacible lugar, mirando el fuego, el humo que se arremolina y las estrellas.

El mago afirmó con la cabeza. -Muy bien. Te haré un regalo con esos mismos elementos para que lo puedas conservar por siempre. El mago tomó una pequeña lengua de fuego, la luz de dos estrellas distantes, una madeja del rizado humo gris, las amasó y les dió forma en el hueco de sus manos, que se movían con habilidad hasta que surgió de adentro un dulce maullido y un exquisito ronroneo y apareció el más maravilloso gatito que nunca antes se hubiera visto. Tenía pelaje gris humo, espeso y corto, ojos brillantes como estrellas, y la punta de su lengua parecía de fuego. Jugaba y ronroneaba y ondulaba la cola como el humo ascendente. El mago pidió al mercader: -Lleva a esta hermosa criatura a tu casa; será un amigo para tu familia y un bello objeto en tu hogar por el resto de tus días. Y esta es la extraña y maravillosa historia de cómo el gato persa llegó a este mundo. Y colorin colorado...

lunes, 13 de julio de 2009

Cuento en colores!


EL HADA DE COLORES. Escritora Española

Había una vez un país, llamado Fantasía, donde vivían hadas de colores, duendecillos, brujos y brujas que no querían que el reino de la Fantasía estuviera lleno de color y alegría. Lumilda , era una bruja, que vivía sola en su castillo, Se enfadaba mucho, cuando contaban cuentos a los niños.-No quiero que cuenten cuentos a los niños, porque aprenderán a escuchar, tendrán imaginación, fantasía, ilusión, y lo que es peor, buenos sentimientos en su corazón.-¡ No dejaré que ocurra eso!, ¡Tengo que hacer algún hechizo!

Entró, en su castillo, y cogió su libro embrujado y con voz muy fuerte dijo: -Brujos y brujas que queréis el mal, que mi voz podáis escuchar, nuestra magia, tenemos que unir, para que en el mundo de la realidad, cuentos no se vuelvan a contar. Cuando dijo esto, en el cielo, se vieron relámpagos y se escucharon truenos, la magia de los brujos se había unido y el hechizo de Lumilda se había cumplido. Y desde ese momento, en el mundo de la realidad, no se volvieron a contar cuentos.

El Hada Arco Iris, había visto lo que había hecho Lumilda y fue a contárselo al hada Naranja que era el Hada de los niños. -Hada Naranja, Lumilda y los brujos del mal, han unido su magia, y han hecho que en el mundo de la realidad, cuentos no se vuelvan a contar. -Eso no puede ser!, llamaré a las hadas de colores, para ver que podemos hacer.Cogió su campanilla mágica y empezó a tocarla: TILÍN TILÍN, TALÁN TALÁN TILÍN TILÍN, TALÁN TALÁN

Cuando las hadas de colores escucharon la campanilla mágica, fueron al palacio del hada Naranja, y allí se enteraron de lo que había hecho Lumilda. -¡No dejaremos que se salga con la suya! Dijeron enfadadas. -¡Claro, que no la dejaremos!. Dijo el Hada Naranja. -Nosotras, al mundo de la realidad iremos, y cuentos a los niños contaremos, de este modo, no perderán la fantasía, la ilusión, la imaginación y los buenos sentimientos en su corazón. Todas las hadas, hicieron un coro, y con una voz muy dulce cantaron:

-Somos hadas de colores,
-que al mundo real iremos,
-y allí a los niños,
-muchos cuentos contaremos.

Mientras cantaban, iban colocando una piedra de color en el centro, de las piedras de colores salieron muchos caminos, y cada hada cogió uno distinto, que las llevaría al mundo de la realidad, para contar cuentos a los niños. Gracias a las Hadas de colores, los niños pudieron seguir escuchando cuentos. Y colorin colorado....

domingo, 12 de julio de 2009

Cuento de cuenteros!!!


DOS HERMANOS. Hans Christian Andersen

En una de las islas danesas, cubierta de sembrados entre los que se elevan antiguos anfiteatros, y de hayedos con corpulentos árboles, hay una pequeña ciudad de bajas casas techadas de tejas rojas. En el hogar de una de aquellas casas se elaboran cosas maravillosas; hierbas diversas y raras eran hervidas en vasos, mezcladas y destiladas, y trituradas en morteros. Un hombre de avanzada edad cuidaba de todo ello. -Hay que atender siempre a lo justo -decía-; sí, a lo justo, lo debido; atenerse a la verdad en todas las partes, y no salirse de ella.

En el cuarto de estar, junto al ama de casa, estaban dos de los hijos, pequeños todavía, pero con grandes pensamientos. La madre les había hablado siempre del derecho y la justicia y de la necesidad de no apartarse nunca de la verdad, que era el rostro de Dios en este mundo.

El mayor de los muchachos tenía una expresión resuelta y alegre. Su lectura referida eran libros sobre fenómenos de la Naturaleza, del sol y las estrellas; eran para él los cuentos más bellos. ¡Qué dicha poder salir en viajes de descubrimiento, o inventar el modo de imitar a las aves y lanzarse a volar! Sí, resolver este problema, ahí estaba la cosa. Tenían razón los padres: la verdad es lo que sostiene el mundo. El hermano menor era más sosegado, siempre absorto en sus libros. Leía la historia de Jacob, que se vestía con una piel de oveja para confundirse con Esaú y quitarle de este modo el derecho de primogenitura; y al leerlo cerraba, airado, el diminuto puño, amenazando al impostor. Cuando se hablaba de tiranos, de la injusticia y la maldad que imperaban en el mundo, le asomaban las lágrimas a los ojos. La idea del derecho, de la verdad que debía vencer y que forzosamente vencería, lo dominaba por entero. Un anochecer, el pequeño estaba ya acostado, pero las cortinas no habían sido aún corridas, y la luz penetraba en la alcoba. Se había llevado el libro con el propósito de terminar la historia de Solón. Los pensamientos lo transportaron a una distancia inmensa; le pareció como si la cama fuese un barco con las velas desplegadas. ¿Soñaba o qué era aquello? Surcaba las aguas impetuosas, los grandes mares del tiempo, oía la voz de Solón. Inteligible, aunque dicho en lengua extraña, resonaba la divisa danesa: «Con la ley se edifica un país». El genio de la Humanidad estaba en el humilde cuarto, e, inclinándose sobre el lecho, estampaba un beso en la frente del muchacho: «Hazte fuerte en la fama y fuerte en las luchas de la vida. Con la verdad en el pecho, vuela en busca del país de la verdad». El hermano mayor no se había acostado aún; asomado a la ventana, contemplaba cómo la niebla se levantaba de los prados. No eran los elfos los que allí bailaban, como le dijera una vieja criada, bien lo sabía él. Eran vapores más cálidos que el aire, y por eso subían. Brilló una estrella fugaz, y en el mismo instante los pensamientos del niño se trasladaron desde los vapores del suelo a las alturas, junto al brillante meteoro. Centelleaban las estrellas en el cielo; habríase dicho que de ellas pendían largos hilos de oro que llegaban hasta la Tierra. «Levanta el vuelo conmigo», pareció cantar y resonar una voz en el corazón del muchacho.

El poderoso genio de las generaciones, más veloz que el ave, que la flecha, que todo lo terreno capaz de volar, lo llevó a los espacios, donde rayos, de estrella a estrella, unían entre sí los cuerpos celestes; nuestra Tierra giraba en el aire tenue, y aparecía una ciudad tras otra. En las esferas se oía: «¿Qué significa cerca y lejos, cuando te eleva el genio poderoso del espíritu?». Y el niño seguía en la ventana, mirando al exterior, y su hermanito leía en la cama, y su madre, los llamaba por sus nombres:-¡Anders y Hans Christian!

Y colrin colorado....


viernes, 10 de julio de 2009

Cuento enamorado!!!


TOCOTOC EL CARTERO ENAMORADO. Clarisa Ruiz - Colombia

Desde muy temprano, Tocotoc, el cartero de Cataplún, sale a repartir las cartas y los paquetes por todo el pueblo. En un morral grande y resistente Tocotoc lleva los mensajes y regalos que amigos y familiares de otros pueblos envían a los cataplunenses. A las siete de la mañana Tocotoc da unos golpecitos en la primera casa de su recorrido que suele ser la de Kupka, el zapatero.– Toc-toc-toc...– ¿Quién es? –dice el zapatero. – Soy yo, Tocotoc. Te traigo una carta de tu hija Tris. Viene desde Achix. – La estaba esperando desde hace varios días. Gracias, Tocotoc –dice Kupka, abriendo la puerta–. Oye, ¿me acompañas a desayunar? Tengo pan recién salido del horno.– Gracias, amigo, pero voy de paso.

El recorrido continúa por la casa de Lino, el pintor. De allí, Tocotoc pasa a la casa de Alba, que tiene un gallinero. Luego siguen Dubi, que prepara los jugos de frutas más deliciosos de la región, Santi, el entrenador de fútbol; Sebastián, el carpintero, y Plicploc, el plomero. Así, de casa en casa, Tocotoc va entregando el correo que tanto esperan sus paisanos. ¡Qué felicidad sienten ellos al recibir las cartas que Tocotoc les entrega! y siempre, cuando el cartero toca a la puerta, es bienvenido y todos en Cataplún tienen gran amistad con él.

A Tocotoc le gusta mucho ser cartero. Además de poder visitar todos los días a sus amigos, le encanta examinar cada sobre con atención. Le divierte ver los dibujos y los colores de las estampillas y sobre todo tratar de leer en voz alta los nombres de los pueblos lejanos como Ylikiiminki, de donde le envían recetas de helados a Hummmm; Xicoténcatl, donde Choclos tiene una prima; Al-Hanakiyah, donde viven los tíos de Soad la tejedora, o Rarotunga, la isla donde vive Masomenos, un antiguo profesor de Cataplún. Pero Tocotoc no fue siempre un cartero feliz. Hubo una época en la cual a pesar de lo mucho que le gustaba repartir cartas, no podía evitar sentirse cada día más triste. La causa de tanto pesar era que él, el propio cartero de Cataplún, no tenía nadie que le escribiera una carta y no tenía tampoco a quién escribirle. Tocotoc no podía evitar un hondo suspiro cada vez que entregaba una carta y, a pesar de ser amigo de todos en el pueblo, se sentía descartado. En todo su recorrido por las casas de Cataplún sólo había un momento en que Tocotoc se sentía verdaderamente feliz. Era cuando llegaba el turno de entregarle las cartas a María, la costurera.

– "¡Qué linda es esa costurerita! –pensaba el cartero y se peinaba y se subía las medias antes de tocar a su puerta.Toc-toc-toc...– ¿Quién es? –preguntaba María. – Soy yo, Tocotoc, y te traigo una carta de Nina la costurera de Ravapindi –respondía el cartero, con las mejillas todas rojas y el corazón que se le explotaba. La costurera, que era muy trabajadora, nunca tenía tiempo para charlas con Tocotoc y apenas si se despedía. El cartero, por su parte, era tan tímido que no se atrevía a decirle que estaba enamorado de ella. Una noche, mientras ordenaba las cartas que debía repartir al día siguiente, Tocotoc tuvo una idea que le iluminó el rostro con una gran sonrisa: "Voy a escribirle una carta a María. Le diré lo que siento por ella sin que sepa que soy yo". Y así fue como por primera vez en su vida, el cartero de Cataplún escribió una carta. Hola, María: Espero que cuando abras este sobre estés contenta y no te hayas pinchado ningún dedito con la aguja de coser. Tú no me conoces, pero yo sí a ti y yo te quiero mucho. Tú me encantas, Mari. Tus ojitos son como dos limones y tus mejillas como dos bellas manzanas. Tu nariz de frijolito es muy graciosa y tus labios parecen dos pétalos de rosa. Cuando veo un sacacorchos me acuerdo alegremente de tus cachumbos y por las mañanas, la miel del desayuno me trae a la memoria el color de tu pelito. María, eres una niña muy bella, yo te quiero mucho. Tocotoc dobló el papel y lo metió en el sobre junto con una florcita silvestre.

Al día siguiente Tocotoc salió a repartir sus cartas silbando de alegría pero al llegar frente a la puerta de María se puso muy nervioso. Toc-toc-toc... – ¿Quién es? –preguntó María. – So-soy yo, Tocotoc. Té tra-traigo u-una carta.– ¿De dónde viene? ¿De quién es? –dijo María emocionada al abrir la puerta. – No, no sé –dijo Tocotoc con las mejillas todas rojas y el corazón que se le explotaba. – Bueno, hasta luego Tocotoc –respondió la costurera sin siquiera mirar al cartero. Al día siguiente, cuando Tocotoc volvió a la casa de María para llevarle una revista, ella ya estaba esperándolo en la puerta desde mucho antes. – Buenas, Tocotoc, ¿qué cartas me traes hoy? –preguntó impaciente la costurera. – Buenas, María –dijo Tocotoc con emoción–. Te traigo una revista que viene de Ivigtut.– Y... ¿nada más? – No. Nada más –dijo Tocotoc. – ¿No me traes otra carta como la de ayer? –preguntó María muy curiosa. – No, María, nada más –dijo el cartero ordenando su morral con aire despreocupado. – Bueno, hasta luego, Tocotoc –dijo María decepcionada. Tocotoc se dio cuenta de que su carta había tocado el corazón de la costurera y como no quería que ella estuviera triste repartió rápido las cartas que le quedaban y se fue a su casa a escribir otra carta para María. Hola, María: Ojalá te haya gustado mi primera carta. Te escribo nuevamente porque siento deseos de hablar contigo. Cómo me gustaría charlar contigo un ratico.A mí me encanta pasear por el bosque, pero solo no me gusta ir, si tú me acompañas, ¡qué feliz sería yo! Me gusta mucho cocinar pollo con cebolla y papas, pero me da pereza hacerlo para mí solo si tú quisieras comer conmigo ¡qué feliz sería yo! Me gusta jugar a las escondidas, pero no tengo con quién jugar, si tú quisieras jugar conmigo, qué feliz sería yo. Tocotoc dobló el papel y lo metió el sobre junto con una florcita silvestre, como la primera vez. Al día siguiente María estaba en el balcón de su casa esperando a Tocotoc desde muy temprano. – ¡Hola, Tocotoc! ¿Qué carta me traes hoy? –preguntó la costurera apenas vio aparecer a Tocotoc en su calle.– ¡Hola, María! –dijo el cartero, un poco más tranquilo que los otros días–. Te traigo estas revistas y... una carta.– ¿Una carta? ¿De quién? –dijo María, quitándole el sobre de las manos al cartero.– No lo sé –dijo Tocotoc risueño. – ¡Oh! ¡Qué bueno! ¡Hasta luego, querido Tocotoc! –dijo María casi cantando. Tocotoc también quedó muy contento por el resto del día.

Desde entonces el cartero empezó a escribir una hermosa carta de amor a María todas las noches. La costurera recibía el correo feliz y Tocotoc, al ver que sus cartas eran tan bien acogidas, escribía y escribía y escribía cada vez cartas más bellas. Los días fueron pasando y Tocotoc quería confesarle su amor a María. Quería pasear y conversar con ella. Cada vez que le entregaba una carta y María preguntaba: "¿de quién es?", él siempre estaba a punto de contestar: "mía". Pero Tocotoc era tímido y pensaba que la costurera nunca lo iba a querer como quería a sus cartas. María cada día se conformaba menos con sus cartas y deseaba conocer la persona que escribía aquellas frases tan hermosas. Su curiosidad empezó a crecer y a crecer... Un día Tocotoc dejó la casa de María para el final de su recorrido, pues había decidido hablarle a la costurera. Pensó pedirle a María que le hiciera una nueva chaqueta de cartero, así tendría la oportunidad de estar más tiempo con ella. Al llegar a la casa de María, Tocotoc se peinó, estiró sus medias y tomó aire queriendo darse fuerzas. Después de entregar la carta a la costurera, le dijo:– María, quisiera que tú me hicieras una nueva chaqueta de cartero. – ¡Claro, Tocotoc! Te la haré con mucho gusto. Sigue y te tomo las medidas –respondió María muy atenta. En el taller Tocotoc se quitó su vieja chaqueta de cartero y María empezó a tomarle las medidas. – Manga: 63 cm, talle 55 cm, cintura 87 cm –iba diciendo y anotando la costurera.– Oye, Tocotoc, ¿por casualidad tú no sabes quién me envía esas cartas que me traes todos los días? –preguntó de repente María. – Pues, es que... no, la verdad... yo no sé –respondió Tocotoc, tan nervioso que hasta le temblaban las piernas. – Está bien ¡Qué pesar! –dijo María y siguió tomando las medidas a Tocotoc. Cuando terminó, la costurera pensó: "¡qué cartero tan guapo!" Tocotoc se despidió rápidamente de María y se fue a su casa corriendo a escribirle otra carta de amor. María seguía esperando las cartas que Tocotoc le traía y como pasaba horas leyéndolas y releyéndolas, no avanzaba mucho en su trabajo y cometía errores al coser la tela. A Tocotoc no le importaba nada su nueva chaqueta de cartero. Para él era un placer pasar horas probándose la costura de María y conversando con ella. Una tarde cuando la chaqueta por fin estaba casi terminada, María le preguntó a Tocotoc si quería quedarse a comer con ella. – ¡Claro, María! –contestó Tocotoc–. Pero yo cocino. Te preparé un pollo con cebollas y papas, que es mi especialidad. – ¡Delicioso! –respondió María y quedó pensativa– "¿pollo con cebollas y papas? Eso me recuerda algo...". Tocotoc había empezado a cocinar y ella tenía que poner los platos en la mesa y las flores, que, como todos los días, le trajo el cartero en un florero. Cuando las estaba arreglando cayó en la cuenta de que eran las mismas que el escritor misterioso ponía siempre entre sus cartas. "Florcitas silvestres, qué casualidad..." –pensó María–. El pollo que preparó Tocotoc quedó sabrosísimo; y cuando terminaron de comer, María le propuso al cartero que jugaran un partido de damas chinas. – No, María, mejor juguemos a las escondidas, es más divertido –dijo el cartero espontáneamente. María aceptó y se fue a esconder de primera. Cuando estaba entre el baúl en que guardaba los retazos, pensó nuevamente en las cartas y el cartero: "...escondidas...". Jugaron un buen rato hasta cuando la costurera se sintió ya muy cansada. Tocotoc, que estaba feliz y lleno de ánimos, al despedirse le dijo desprevenidamente a María: – ¿Te gustaría ir a pasear conmigo al bosque mañana domingo? ¡Qué feliz sería yo! – Está bien, Tocotoc –le contestó María. Esta vez la costurera confirmó sus presentimientos y pensando y pensando se quedó dormida en un asiento junto a la ventana.

Al día siguiente Tocotoc fue a buscar a María para ir al bosque. La costurera le entregó la nueva chaqueta de cartero y él se la puso para estrenarla durante el paseo. Cuando ya estaban en el bosque, María le preguntó a Tocotoc mirándolo fijamente:– ¿De qué color crees tú que son mis ojos?– Son verde limón –contestó Tococot inmediatamente. – ¿Y mis mejillas, Tocotoc? –siguió preguntando la costurerita.– Son como dos manzanas –contestó Tocotoc sin mirarla.–¿Y mi nariz? ¿No es cierto que es grandísima? – ¡María! ¡Estás bromeando!. Tú tienes una nariz de frijolito –dijo Tocotoc mientras recogía unas flores silvestres. – Tocotoc, la última pregunta: Por la mañana, ¿tú qué desayunas? – A mí me gusta tomar un vaso de leche y pan untado con bastante miel, mucha, mucha miel –contestó el cartero, entregándole a María un ramito de flores silvestres. Sin saberlo, ¡Tocotoc se había delatado! Al regresar a casa la costurera se despidió rápidamente del cartero y se sentó inmediatamente a escribir esta carta: Martes 18 de mayo Querido Tocotoc: Espero que cuando abras este sobre estés contento y no te duelan los pies de tanto caminar. Yo te conozco muy bien y te quiero mucho. Tú, me encantas, Tocotoc. Si tú quisieras prepararme ese delicioso pollo con cebollas y papas otra vez, ¡qué feliz sería yo! Si tú quisieras jugar conmigo a las escondidas otra vez, ¡qué feliz sería yo! Si fuéramos a pasear por el bosque otra vez, ¡qué feliz sería yo! Además las flores que tu me regalas son las más lindas del campo; y tus cartas, mi lectura preferida. Me gustaría mucho hacerte otra chaqueta para estar contigo otra vez. ¡Me gustaría hacerte muchas chaquetas más! María dobló el papel y lo metió en el sobre con una florcita silvestre. Al día siguiente, cuando Tocotoc terminó de hacer el reparto, encontró una última carta entre su morral. "Para Tocotoc el cartero de Cataplún", decía el sobre... Toco-toc no lo podía creer. Finalmente, el cartero de Cataplún, por primera vez recibió una carta.Y colorin colorado...


jueves, 9 de julio de 2009

Cuento con final inesperado....


¿QUÉ TIENE LA PRINCESA? Susana García

Erase una vez, en un lejano país, había un castillo enorme, rodeado de espesos bosques y de altas montañas. En dicho castillo, lejos del mundanal ruido, vivía una dulce y bella princesa, de largas trenzas doradas y ojos grandes y grises. Griselda, que ese era su nombre, vivía triste y acongojada. Se pasaba los días aburrida, contemplando el cielo azul y los pajarillos del bosque que, volando frente a su ventana libremente, trinaban a los cuatro vientos sus canciones. La princesita estaba aburrida de su aburrida vida. Nunca pasaba absolutamente nada en el aburrido castillo de aquel aburrido país. Su padre, el Rey, pasaba el tiempo encerrado en sus aposentos, escribiendo la biografía de sus antepasados. Una biografía de lo más aburrida y tediosa, puesto que todos los reyes que le precedieron, su padre, su abuelo, su bisabuelo... habían sido tan aburridos como él mismo. Tampoco tenía mucho para animarse pues el país no era más que un puñado de bosques y unas montañas llenas de matojos y animalillos salvajes. La mayoría de los habitantes habían marchado a vivir a un lugar más animado.La madre de Griselda había marchado siendo ella muy niña. Su madre, muerta de aburrimiento, había conocido a un faquir que pasaba por allí, bastante despistado. Griselda solo tenía tres años por aquel entonces y, aunque su madre trató de llevarsela consigo, no lo consiguió. Asi que su madre marchó con el faquir a buscar nuevos lugares y ya nadie volvió a verla. Su marido, el Rey, estaba demasiado ocupado con su biografía para enterarse de su marcha. Griselda estaba siempre sola. Leía, bordaba, paseaba por los jardines del castillo pero nada la entretenía. No había nadie con quien hablar. La cocinera, una mujer robusta y rubicunda, estaba demasiado ocupada en su cocina. El mayordomo de su padre estaba demasiado ocupado con los quehaceres de la casa. La doncella estaba siempre ocupada ayudando a la cocinera.

La vida de Griselda cambió una mañana de primavera. Los pajarillos trinaban en su ventana, el aire olía a salvia y a menta y las nubes algodonosas se movían perezosas en el cielo azul. Un grillo pequeñito salió de un agujero de la pared, dándole a la letárgica Griselda, que casi se dormía apoyada en el alfeizar de su ventana, un buen susto. Pasado el susto, la primera reacción de Griselda fue darle un zapatazo al pobre bicho negro. Pero se quedó boquiabierta cuando el bicho comenzó a hablar - ¡Oh, princesa! ¡No lo hagais! ¡No me piseis! ¡Os lo ruego! -comenzó a chillar el pobre grillo con una voz aguda de grillo, pidiendo clemencia por su vida. Griselda abrió los ojos como platos. No podía creer lo que sus ojos veían, y tampoco lo que sus orejas oían. ¡Increible! ¡Un grillo parlanchin! Se sentó, aturdida, mirandole fijamente. El grillo comenzó a hablarle suavemente. Griselda le escuchó y, poco a poco, encontró que la conversación del grillo era muy interesante. El grillo comenzó a visitarla cada día, después de la limpieza. Conversaban agradablemente y el grillo, que se llamaba Sebastían, le contaba mil y una historias, le contaba maravillas del mundo. Porque Sebastián era un grillo de mundo y se sabía historias de todo tipo, de amor, de venganza, poesías, canciones... Era un grillo realmente increible. Y pasaron los días y los meses, llegó el invierno y volvió la primavera. El grillo había conseguido conquistar la confianza de la princesa y ya le era permitido subirse sobre su hombro y susurrarle al oído sus historias. De todas formas como tenía una voz muy débil, Griselda estaba algo cansada de agacharse para escucharlo y tenerlo sobre el hombro era más descansado. El grillo había llenado la vida de Griselda de color y de alegría.

Aquel día de primavera, pasado un año desde que se conocieron, el grillo estaba algo misterioso. Quería contarle una cosa muy importante a Griselda pero tenía miedo de su reacción. ¿Se lo cuento, no se lo cuento? ¡Qué dilema! Finalmente, subiendose al hombro de Griselda, decidió contarselo. Total, ¿que tenía que perder? Bueno, quizá Griselda solo creería que aquella era otra de sus historias.- Griselda, mi princesa -comenzó a decir Sebastián- Tengo que contaros algo. - Cuentame mi buen amigo -respondió ella- Sabes que adoro tus historias.- Bien.... -comenzó él, algo dubitativo- Esta historia es real, cierta como la vida misma.- ¡Oh! -exclamó ella- ¡Qué bien! Cuenta, cuenta, estoy ansiosa. Sebastián se puso muy serio, como solo los grillos saben hacerlo.- Hace bastantes años yo era un valeroso y apuesto caballero, joven, guapo y atractivo. Pero... una perversa bruja me convirtió en lo que soy, por negarme a contraer matrimonio con la fea de su hija, que tenía verrugas hasta en la punta de la nariz. Y su madre, para vengarse de mi, me convirtió en un grillo. Solo si una doncella de corazón puro llegara a amarme por mi mismo volveré a ser el caballero que fui. Y... aún hay más. Griselda se lo miró totalmente fascinada. No parecía tomarselo muy en serio pero la historia le encantaba. Sonrió dulcemente. - ¿Y...? - Pues verás, mi princesa... Hay un requisito que debe cumplirse para romper el maleficio. Es algo delicado. - Nada, nada -le contestó ella, haciendo un gesto con la mano- Dime... ¿que puedo hacer por tí? - ¿Me amas? - Pues claro... Eres el bicho más encantador que he conocido. - Bien -dijo él, atusandose las antenas- Verás.... hummmmmm! Pues... ¡Deberías darme un beso!- ¿Un beso? - ¡Si! ¡En los labios !Griselda se lo pensó. Tenerlo en el hombro era una cosa, se había acostumbrado a Sebastián a pesar de la repugnancia inicial. Pero un beso... eso era cosa seria. Sebastián vió la duda en los ojos de Griselda.- Bueno.... no te preocupes... ¡lo comprendo! Pero ya los ojos de Griselda se iluminaron. - ¡Te lo debo! -le dijo- Has llenado mi vida con tus cuentos... ¿Como no iba a hacer algo por ti? Sebastián comenzó a saltar de contento. ¡Por fin! ¡Por fin! Volvería a ser aquel chico guapo y alto que volvía loquitas a las mujeres. Griselda cogió a Sebastían con dos dedos, un poquitín nerviosa. Nunca le había tocado y le daba no-se-qué. Pero no se arredró. Lo acercó a sus labios y estampó un suave y delicado beso en la cabecita negra de Sebastián, alli donde deberían estar los labios de un grillo. El tiempo, de pronto, pareció detenerse. Los pájaros dejaron de cantar, la brisa se detuvo. Se hizo un silencio total y ¡puf! la metamorfosis se completó.

Sebastián chilló, rascándose las patitas traseras. Griselda también y se desmayó. Cuando Griselda recobró el conocimiento se encontró algo desconcertada. Sebastián estaba a su lado, mirándola con sus extraños ojos negros.- ¡Oh, Oh! -exclamó él.- Creo que la bruja nos ha gastado una mala pasada. Una broma de muy mal gusto.

Sebastián besó los labios de Griselda con ternura, frotando con suavidad sus antenas contra las de ella. Pero Griselda continuó siendo un pequeño grillo de dulces ojos castaños. Sebastián y Griselda construyeron su hogar en una rendija de la pared, donde vivieron felices y tuvieron unos centenares de hijos que pululaban alegremente por el solitario y abandonado torreón. Y dicen que fueron felices y comieron.... lo que coman los grillos.Y colorin colorado....