viernes, 14 de mayo de 2010

CUENTO INTER-PLANETARIO


LOS PLANETAS ELFOS. Graciela Repún

Me gusta pedirle a mi abuelo que me cuente historias del Gran Intercambio Espacial, cuando los hombres exploraban los recién descubiertos planetas Elfos. Mi abuelo siempre empieza recordando que no fue nada fácil. Que los primeros enviados no sabían con qué iban a encontrarse y que la adaptación fue terrible.

En algunos planetas el tema era el peso. Al llegar, uno se sentía más pesado o más liviano de lo habitual y era difícil acostumbrarse al cambio. En otros, el problema era que los planetas nuevos se parecían demasiado a la Tierra, pero se diferenciaban en detalles y eso los hacía terribles El suelo podía verse engañosamente firme pero al pisarlo se hundía. El agua podía parecer líquida pero era sólida y, a veces, invisible.

Había zonas con pasto a lunares y las vacas, iguales a las de la Tierra, se lo comían. Y cielos con seis lunas o colores exóticos, inquietantes. Todo parecía un sueño, una pesadilla. Para muchos exploradores, fue espeluznante descubrir algo que ningún científico había calculado: la falta de olores familiares. Había planetas que ni siquiera tenían un olor y los primeros colonizadores comenzaron a enfermar de nostalgia.

Mi abuelo dice que extrañaban las tonterías. Hasta los mosquitos, o el tráfico. La colonización habría sido un fracaso sino hubiera existido la Fuerza Interespacial de Narradores de Cuentos. ¿Y quién la comandaba? Mi abuelo. La Fuerza inventó mitos para los ocho planetas Elfos. Así, todos empezaron a oír historias de cómo el Elfo I, el de las manchas negras, era en realidad la pelota de fútbol de un niño gigante.

Del Elfo II, un anillo gaseoso, dijeron que era la letra O en el alfabeto del Universo. ¡Esa siempre me encanta y está en todos los libros de mitos del Espacio! Las más ingeniosas son la del huevo en la cocina del tiempo, para el planeta blanco de forma ovoidal, y la de la “Bola de adivino” para el Elfo VII, que es como de hielo. También se esmeraron con el origen de las lunas, que pasaron a ser los lunares de una bruja y las perlas del collar de la diosa Tierra. Siempre le pido a mi abuelo que me cuente cómo inventaron las leyendas de las rocas, montañas y lagos.

“La leyenda del tazón del rey”, que se les cuenta en Elfo III a los turistas, surgió una roca con forma de taza. “La huella de Buda” en Elfo VIII, de una hendidura enorme que parece la marca que dejó un pie. Mi abuelo dice que ellos inventaron estas cosas porque los lugares con historia te atrapan dentro de ellos. Yo no sé. Sé que fue lindo que también pusieran de protagonistas de leyendas a dos personas o bandas enfrentadas, y que les hicieran vivir trabajosas batallas que les sacaban las ganas de pelear de verdad. Y que la Fuerza también creó mitos sobre Súper-amistades y Amores Eternos, porque tuve que estudiar varias de esas historias, y siempre me emocionaron.

Cuando yo nací, esos mitos hacía mucho que existían. Para mí fue fácil creerlos. Pero, en la época en que los inventaron, la Fuerza tuvo que repetirlos hasta que diera la impresión de que esas cosas habían pasado alguna vez, habían sido reales. Ahora, está prohibido hacer eso y lo entiendo porque a mí no me gustaría que me cuenten diez mil veces algo para que lo crea, si no es cierto. Pero mi abuelo dice que no había mala intención, y los cuentos eran lindos…No sé… De todos modos, a mí la parte de la historia de mi abuelo que me gusta más es otra.

Fue cuando él llegó de visita al único planeta Elfo habitado. Planeta en que, como todos saben, viven las mujeres que tienen cuello de jirafa, tres ojos, y que saben hablar con la mirada. Por si esto lo lee alguien de otro universo, plano o tiempo histórico, esas mujeres son muy amables. Cuando piensan algo malo, para no ser bruscas, cierran un ojo y disimulan la verdad. Por ejemplo, mirando sólo dos de sus ojos uno puede leer “Que notable” sin nunca saber que en el tercer ojo dice “tonto”… Y no enterarse nunca del “Que notable tonto” escondido tras un párpado.

Mi abuelo siempre me cuenta que no pasó mucho tiempo en ese planeta sin que se enamorara locamente de una de las mujeres de cuello de jirafa y tres ojos. Pero sus superiores le exigieron que partiera enseguida del planeta, y jugándose por entero, le preguntó a la mujer que amaba: —¿Te casarías conmigo y me acompañarías en mi nueva misión? ¿O tendremos que separarnos? En el segundo ojo mi abuelo leyó “nos”, y en el tercero, “separaremos”. Sólo cuando su enamorada levantó el primer párpado, mi abuelo vio que decía “nunca” y supo que esa frase: “Nunca nos separaremos” cambiaría su vida.

Pero los Superiores no le dieron tiempo para celebrar su boda. Mi abuelo era necesario en los planetas donde la gente extrañaba la Tierra y recibió la orden de partir sin demora. Mi abuelo se fue solo, triste y enamorado. A llegar al Elfo VI trató de cumplir con su misión pero no pudo dejar de contarles, a los que quisieran escucharlo, sobre el amor y la novia que lo esperaban en otro planeta. De esa forma, por única vez, provocó lo contrario de lo que siempre lograba. Hizo que los colonos sintieran un gran desarraigo y quisieran volver a sus planetas, porque extrañaban mujeres lejanas y novias perdidas.

Rápidamente, los jefes intervinieron. Mi abuelo pudo casarse. De esa unión nacieron mi papá y mis tíos, y de la misma rama, mucho después, nací yo. Aquí termina la historia de mi abuelo. A él le gusta contármela de nuevo y a mí, escucharla una y otra vez. Cuando concluye, suele preguntarme: —¿Y? ¿Qué te pareció? Y yo sin hablar le contesto: “Me gustó”, pero hago un poco de suspenso antes de abrir mi tercer ojo y de que mi abuelo pueda ver que la respuesta a su pregunta es, invariablemente: “Me gustó muchísimo”.

Y Colorín Colorado...

Graciela Repún (nacida en Buenos Aires, Argentina) es una escritora argentina.Comenzó a trabajar como creativa y escritora


1 comentario: