domingo, 20 de marzo de 2016

CUENTO SABIONDO


EL ABECEDARIO. Hans Christian Andersen

Erase una vez un hombre que había compuesto versos para el abecedario, siempre dos para cada letra, exactamente como vemos en la antigua cartilla. Decía que hacía falta algo nuevo, pues los viejos pareados estaban muy sobados, y los suyos le parecían muy bien. Por el momento, el nuevo abecedario estaba sólo en manuscrito, guardado en el gran armario-librería, junto a la vieja cartilla impresa; aquel armario que contenía tantos libros eruditos y entretenidos. Pero el viejo abecedario no quería por vecino al nuevo, y había saltado en el anaquel pegando un empellón al intruso, el cual cayó al suelo, y allí estaba ahora con todas las hojas dispersas. 

El viejo abecedario había vuelto hacia arriba la primera página, que era la más importante, pues en ella estaban todas las letras, grandes y pequeñas. Aquella hoja contenía todo lo que constituye la vida de los demás libros: el alfabeto, las letras que, quiérase o no, gobiernan al mundo. ¡Qué poder más terrible! Todo depende de cómo se las dispone: pueden dar la vida, pueden condenar a muerte; alegrar o entristecer. Por sí solas nada son, pero ¡puestas en fila y ordenadas!... Cuando Nuestro Señor las hace intérpretes de su pensamiento, leemos más cosas de las que nuestra mente puede contener y nos inclinamos profundamente, pero las letras son capaces de contenerlas. Pues allí estaban, cara arriba. 

El gallo de la A mayúscula lucía sus plumas rojas, azules y verdes. Hinchaba el pecho muy ufano, pues sabía lo que significaban las letras, y era el único viviente entre ellas. Al caer al suelo el viejo abecedario, el gallo batió de alas, subióse de una volada a un borde del armario y, después de alisarse las plumas con el pico, lanzó al aire un penetrante quiquiriquí. Todos los libros del armario, que, cuando no estaban de servicio, se pasaban el día y la noche dormitando, oyeron la estridente trompeta. Y entonces el gallo se puso a discursear, en voz clara y perceptible, sobre la injusticia que acababa de cometerse con el viejo abecedario. - Por lo visto ahora ha de ser todo nuevo, todo diferente - dijo -. El progreso no puede detenerse. Los niños son tan listos, que saben leer antes de conocer las letras. «¡Hay que darles algo nuevo!», dijo el autor de los nuevos versos, que yacen esparcidos por el suelo. ¡Bien los conozco! Más de diez veces se los oí leer en alta voz. ¡Cómo gozaba el hombre! Pues no, yo defenderé los míos, los antiguos, que son tan buenos, y las ilustraciones que los acompañan. Por ellos lucharé y cantaré. Todos los libros del armario lo saben bien. Y ahora voy a leer los de nueva composición. 

Los leeré con toda pausa y tranquilidad, y creo que estaremos todos de acuerdo en lo malos que son. A. Ama Sale el ama endomingada. Por un niño ajeno honrada. B. Barquero Pasó penas y fatigas el barquero, Mas ahora reposa placentero. -Este pareado no puede ser más soso. - dijo el gallo - Pero sigo leyendo. C. Colón Lanzóse Colón al mar ingente, y ensanchóse la tierra enormemente. D. Dinamarca De Dinamarca hay más de una saga bella, No cargue Dios la mano sobre ella. - Muchos encontrarán hermosos estos versos - observó el gallo - pero yo no. No les veo nada de particular. Sigamos. E. Elefante Con ímpetu y arrojo avanza el elefante, de joven corazón y buen talante. F. Follaje Despójase el bosque del follaje En cuanto la tierra viste el blanco traje. G. Gorila Por más que traigáis gorilas a la arena, se ven siempre tan torpes, que da pena. H. Hurra ¡Cuántas veces, gritando en nuestra tierra, puede un «hurra» ser causa de una guerra! - ¡Cómo va un niño a comprender estas alusiones! - protestó el gallo -. Y, sin embargo, en la portada se lee: «Abecedario para grandes y chicos». Pero los mayores tienen que hacer algo más que estarse leyendo versos en el abecedario, y los pequeños no lo entienden. ¡Esto es el colmo! Adelante. J. Jilguero Canta alegre en su rama el jilguero, de vivos colores y cuerpo ligero. L. León En la selva, el león lanza su rugido; vedlo luego en la jaula entristecido. M. mañana (sol de) Por la mañana sale el sol muy puntual, mas no porque cante el gallo en el corral. Ahora las emprende conmigo - exclamó el gallo -. Pero yo estoy en buena compañía, en compañía del sol. 

Sigamos. N. Negro Negro es el hombre del sol ecuatorial; por mucho que lo laven, siempre será igual. O. Olivo ¿Cuál es la mejor hoja, lo sabéis? A fe, la del olivo de la paloma de Noé. P. Pensador En su mente, el pensador mueve todo el mundo, desde lo más alto hasta lo más profundo. Q. Queso El queso se utiliza en la cocina, donde con otros manjares se combina. R. Rosa Entre las flores, es la rosa bella lo que en el cielo la más brillante estrella. S. Sabiduría Muchos creen poseer sabiduría cuando en verdad su mollera está vacía. - ¡Permitidme que cante un poco! - dijo el gallo -. Con tanto leer se me acaban las fuerzas. He de tomar aliento -. Y se puso a cantar de tal forma, que no parecía sino una corneta de latón. Daba gusto oírlo - al gallo, entendámonos -. Adelante. T. Tetera La tetera tiene rango en la cocina, pero la voz del puchero es aún más fina. U. Urbanidad Virtud indispensable es la urbanidad, si no se quiere ser un ogro en sociedad. Ahí debe haber mucho fondo - observó el gallo -, pero no doy con él, por mucho que trato de profundizar. V. Valle de lágrimas Valle de lágrimas es nuestra madre tierra. A ella iremos todos, en paz o en guerra. - ¡Esto es muy crudo! - dijo el gallo. X. Xantipa - Aquí no ha sabido encontrar nada nuevo: En el matrimonio hay un arrecife, al que Sócrates da el nombre de Xantipe. - Al final, ha tenido que contentarse con Xantipe. Y. Ygdrasil

En el árbol de Ygdrasil los dioses nórdicos vivieron, mas el árbol murió y ellos enmudecieron. - Estamos casi al final - dijo el gallo -. ¡No es poco consuelo! Va el último: Z. Zephir En danés, el céfiro es viento de Poniente, te hiela a través del paño más caliente. - ¡Por fin se acabó! Pero aún no estamos al cabo de la calle. Ahora viene imprimirlo. Y luego leerlo. ¡Y lo ofrecerán en sustitución de los venerables versos de mi viejo abecedario! ¿Qué dice la asamblea de libros eruditos e indoctos, monografías y manuales? ¿Qué dice la biblioteca? Yo he dicho; que hablen ahora los demás. Los libros y el armario permanecieron quietos, mientras el gallo volvía a situarse bajo su A, muy orondo. 

- He hablado bien, y cantado mejor. Esto no me lo quitará el nuevo abecedario. De seguro que fracasa. Ya ha fracasado. ¡No tiene gallo!. 



Y Colorin colorado....

domingo, 13 de marzo de 2016

CUENTO ORIENTAL

EL ENCANTO. Anónimo.



Ch´ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y apuesto. Habían crecido juntos y, como el señor Chang Yi quería mucho al muchacho, dijo que lo aceptaría de yerno. Ambos escucharon la promesa, y como estaban siempre juntos, el amor aumentó día a día. Desgraciadamente, el padre no lo advirtió. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija y el señor Chang Yi , olvidando su antigua promesa, consintió.

Ch´ienniang, debiendo elegir entre el amor y el respeto que le debía a su padre, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que decidió abandonar el país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y le comunicó a su tío que debía marchar a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero, regalos, y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, pasó cavilando todo el tiempo de la fiesta, diciéndose que era mejor partir y no empeñarse en un amor imposible.

Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas millas cuando cayó la noche. Le dijo al marinero que amarrara la embarcación y que descansaran, pero por más que se esforzó no pudo conciliar el sueño. Hacia la medianoche, oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó:-¿Quién anda ahí, a estas horas de la noche? -Soy yo, soy Ch´ienniang. Sorprendido y feliz, Wang Chu la hizo entrar a la embarcación. Ella le dijo que el padre había sido injusto con él y que no podía resignarse a la separación. También ella había temido que Wang Chu, en su desesperación, se viera arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la cólera de los padres y la reprobación de la gente y había venido para seguirlo a donde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szechuen.

Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias de la familia y Ch´ienniang pensaba cada vez más en su padre. Ésta era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no, y una noche le confió a Wang Chu su pena.-Eres una buena hija -dijo él- ya han pasado cinco años y se les debe de haber pasado el enojo. Volvamos a casa.Ch´ienniang se regocijó y se aprestaron a regresar con los niños.

Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch´ienniang.-No sabemos cómo encontraremos a tus padres. Déjame ir antes a averiguarlo. Al divisar la casa, sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chang Yi lo miró asombrado y le dijo:-¿De qué hablas? Hace cinco años Ch´ienniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.-No comprendo -dijo Wang Chu- ella está perfectamente sana y nos espera a bordo.Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch´ienniang. La encontraron sentada en la embarcación bien ataviada y contenta. Maravillada, las doncellas volvieron y aumentó el asombro de Chang Yi. 

Entretanto, la enferma había oído las noticias y parecía haberse curado: sus ojos brillaban con una nueva luz. Abandonó el lecho y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación. La que estaba a bordo iba hacia la casa: se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y sólo quedó una Ch´ienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios.

Por más de cuarenta años, Wang Chu y Ch´ienniang vivieron juntos y fueron felices. 



Y colorin colorado...

martes, 1 de marzo de 2016

CUENTO JUSTO

VERDAD Y MENTIRA. Cuento tradicional griego. 

Una vez Verdad y Mentira se encontraron en el camino. -Buenas tardes –dijo Verdad. -Buenas tardes –respondió Mentira-. ¿Cómo te va últimamente? -Me temo que no muy bien –suspiró Verdad-. Son tiempos difíciles para alguien como yo. -Sí, ya veo –dijo Mentira, echando una ojeada a las ropas harapientas de Verdad-. Parece que hace tiempo que no pruebas bocado. -A decir verdad, así es –admitió Verdad-. Nadie quiere emplearme hoy en día. Donde quiera que voy, la mayoría de la gente me ignora o se burla de mí. Es desalentador, te lo aseguro. Empiezo a preguntarme por qué lo soporto.

-Exactamente, ¿por qué? Ven conmigo, y yo te mostraré cómo llevarte bien. No hay motivos para que no puedas comer opíparamente, como yo, y vestir la mejor ropa, como yo. Pero debes prometer que no dirás una palabra contra mí mientras estemos juntos. Verdad hizo esa promesa y convino en llevarse bien con Mentira por un tiempo, no tanto porque le gustara su compañía sino porque tenía tanta hambre que desfallecería si no comía nada. Anduvieron por el camino hasta llegar a una ciudad, y Mentira lo condujo hasta la mejor mesa del mejor restaurante.

-Camarero, queremos las mejores carnes, las golosinas más dulces, el mejor vino –pidió, y comieron y bebieron toda la tarde. Al fin, cuando ya no pudo comer más, Mentira se puso a golpear la mesa llamando al gerente, que acudió a la carrera. -¿Qué clase de lugar es éste? –Protestó Mentira-. Hace una hora que le di a ese camarero una pieza de oro, y todavía no nos ha traído el cambio.

El gerente llamó al camarero, quien dijo que ese caballero no le había dado un solo céntimo. -¿Qué? –Gritó Mentira, llamando la atención de todos los presentes-. ¡Este lugar es increíble! ¡Vienen a comer ciudadanos inocentes y respetuosos de la ley, y ustedes los despojan del dinero que han ganado con tanto esfuerzo! ¡Son un hato de ladrones y mentirosos! ¡Me habrán engañado una vez, pero nunca más me verán de nuevo! ¡Tenga! –Le arrojó una pieza de oro al gerente-. ¡Pero esta vez tráigame el cambio!


Pero el gerente, temiendo por la reputación de su establecimiento, se negó a aceptar la pieza de oro, y en cambio le llevó a Mentira el cambio de la primera moneda que él afirmaba haber dado. Luego llevó al camarero aparte, y lo acusó de pillastre, y amenazó con despedirlo. Y por mucho que el camarero insistía en que ese hombre no le había dado un céntimo, el gerente se negaba a creerle.
-Ay, Verdad, ¿dónde te has escondido? –Suspiró el camarero-. ¿Has abandonado a los trabajadores? -No, estoy aquí –gruñó Verdad para sus adentros-, pero el hambre me nubló el juicio, y ahora no puedo hablar sin romper la promesa que hice a Mentira. En cuanto estuvieron en la calle, Mentira soltó una risotada y palmeó a Verdad en la espalda. -¿Ves cómo funciona el mundo? Me las apañé muy bien, ¿no crees? Pero Verdad se alejó de su compañero. -Prefiero morirme de hambre a vivir como tú –dijo. Y así Verdad y Mentira siguieron cada cual su camino, y nunca más viajaron juntos.


Colorín colorado…